Capítulo 2

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Quitarse de en medio a los Salvadores que custodiaban la puerta no fue tarea complicada. No es que no fueran a atacarme cuando me vieron, porque fue justo lo que hicieron, sino que había muy pocos en esa zona, suficientes como para acabar con ellos yo sola. Junto a Carl, estudié el mapa del puesto de los Salvadores al que iría, él me mostró dónde pelearían ambos grupos, yo tracé un camino para colarme por el lado contrario. Cogí un coche, lo aparqué a cierta distancia del puesto y a partir de ahí, todo el mérito fue de mi machete, que realizó su trabajo con absoluta precisión.

Entro en un edificio totalmente blanco y de pocas plantas, el que probablemente los alexandrinos aun no han alcanzado, y por tanto, no han limpiado de putas sabandijas. Comienzo a andar, con mi arma en la mano, necesito ser ágil y silenciosa si no quiero que acaben conmigo en cuestión de segundos, aunque, al igual que Alexandria, esto también parece estar desierto. Llego a una puerta -blanca también- que conecta con la siguiente planta a través de unas escaleras, la abro y después la atasco con el mango de mi machete, nadie subirá por aquí. Llego arriba, registrando cada rincón de la planta, buscando quién sabe el qué: armas, personas que sirvan como rehenes... Lo que haga falta para ayudar a los míos desde mi actual posición. Sin embargo, no encuentro nada, todo está vacío, parece que la gente está en la calle, luchando por sobrevivir. Sigo buscando, pero finalmente me rindo y decido ir a buscar a la siguiente. Antes de hacerlo, cojo un pequeño perchero colgado de una de las paredes del lugar y atasco la puerta que da acceso a las próximas escaleras que subiré.

La tercera planta parece la última, lo que sea que debo encontrar tiene que estar aquí. Hay dos caminos, uno va a la izquierda, otro a la derecha, ¿a cuál voy primero? Sin pensarlo mucho, cojo la opción de la izquierda, tengo todo el tiempo del mundo para recorrer las dos. Esta parte del edificio está mucho más oscura que las anteriores, y un ligero escalofrío me recorre el cuerpo, quizás debería haber escuchado a Carl y haberme llevado alguna pistola, si hay alguien aquí irá armado con una, seguro. Abro las puertas que encuentro en el camino muy lentamente, para evitar así ser vista, la abundante oscuridad juega a mi favor en este sentido. Con tan solo un cuchillo en la mano, voy abriéndome paso entre las distintas salas de este sitio, mientras mantengo la esperanza de salir de él con vida. Voy ya abriendo la cuarta puerta, cuando me encuentro con un escenario más que familiar, uno que me rompería el corazón en mil pedazos, si es que quedara alguno que pudiese romperse más de lo que ya lo está: es una celda, oscura y fría, en cuyo suelo hay una lata de comida de perro, un plato con un sándwich relleno probablemente de lo anterior y una mancha de sangre justo debajo de unas esposas enganchadas a una tubería de la pared. Es igual a la del Santuario, esa en la que la única persona que aún me duele tuvo que pasar días encerrada. Entro despacio, la imagen en sí no me trae ningún recuerdo agradable. Analizo todo con los ojos muy abiertos, creo que todavía no soy capaz de asumir que esta clase de torturas estén ocurriendo aquí, ahora. Me arrodillo en el suelo y, con la mano que tengo libre, acaricio la pared, mis dedos, tibios de haber estado presionados contra los pomos de cada puerta que he abierto, se congelan al rozar el cemento o lo que quiera que estén tocando. Agacho la cabeza, soltando un suspiro prolongado, la sensación es horrible.

De pronto, siento un arma cargándose detrás mía. Es la segunda vez que me pasa esto en el día de hoy, y de nuevo, no tengo miedo, pues conozco perfectamente quién se esconde tras ella. Quiero decir, es imposible no reconocer al único hombre que en el apocalipsis utiliza una ballesta.

Él no dice nada, yo tampoco, solo se escuchan nuestras respiraciones, agitadas a pesar de estar completamente inmóviles. No me pide que me levante, ni que me dé la vuelta, simplemente no habla. ¿Se habrá dado cuenta de que estoy aquí, o quizás esté observando la sala con el mismo dolor con el que lo hago yo?

-Recuerdo la terrible música que se escapaba a través de las paredes.-digo, el arma entonces vuelve a sonar, como si estuviese preparándose para disparar una flecha hacia mi cabeza.-¿Cómo no iba a recordarla? Me taladró el cerebro muchos días. Siempre tuve curiosidad por descubrir qué se escondía detrás de aquella puerta gris en mitad del pasillo, cuando lo averigué, preferí no haberla abierto jamás, porque al hacerlo, tenía el deber de ayudar a la persona que se encontraba al otro lado.

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