Draco

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Caminaba por las calles de Londres cuando cayó la noche. No había podido ver o hablar con Hermione desde que nos pillaron en la fiesta de Slughorn. ¡Estúpido Filch! Temía que al ser vista por sus amigos decidiera acabar con esto. Necesitaba hablar con ella, rápido. 

Había observado algunos muggles hablar por aquel cachibache. Parecía sencillo.

Me encerré en una de las cabinas rojas y marqué el número que me había escrito en el pergamino. No me había hecho falta sacarlo. Lo había leído tantas veces que se había grabado en mi memoria. 

Esperé un buen rato mientras el extraño aparato emitía un incesable pitido. 

—¿Diga?— preguntó la voz de un hombre. 

Me asusté un poco. ¿Me oiría si hablaba normal o hacía falta gritar? ¿Por dónde debía hablar?

—¿Hay alguien? ¿Quién es?

—Hola— dije por el extremo contrario al que producía la voz. 

—¿Quién es?

—Soy Draco Malfoy. Un... amigo de Hermione...

¿Qué acababa de decir? ¡Los aparatos no conocen a las personas! Estuve a punto de colgar avergonzado cuando escuché su voz. Su voz. Tan dulce...

—¿Harry?— preguntó. 

—No... Soy yo...—contesté.— Draco. 

¿Por qué estaba tan malditamente nervioso?

—Oh, perdón. Mi padre me dijo que era un amigo y pensé en Harry—se excusó. Su voz sonaba amortiguada. 

—Por cierto, ¿qué le dijiste a Potter?

—La verdad. Bueno, parte de la verdad— contestó con un tono burlón—. Que estaba huyendo de Cormac y Filch me pilló. Después me preguntó por ti y le mentí. Le dije que cuando me pillaron, ya te tenían a ti. 

—¡Ahora se pensará que yo soy la mala influencia!— protesté en broma— Fuiste tú quien me corrompió. 

—Ay, pobrecito...— replicó sarcástica. 

Reí ligeramente. Me di cuenta de que estaba temblando. Aunque no sabía si era por nervios o por el frío que hacía. Fuera de la cabina nevaba. 

—Es una pena que no veas esto— comenté en voz tan baja que ni siquiera supe si me había oído. 

—¿La nieve? Hay una ventana en el cuarto de mis padres. Así que puedo verla.

Me imaginé a Hermione en pijama, con un moño mal hecho. En mi imaginación, estaba tumbada boca abajo en la cama de sus padres, enroscando el hilo que conectaba el cachibache con la pared de su cabina. (¿Tendría en su casa una cabina o cómo era su cosa?)

—Ya, pero no estás aquí. 

Mi voz era casi un susurro ronco. 

La Hermione Granger de mi imaginación bajaba de su casa y llegaba hasta donde yo estaba, metiéndose en mi cabina. Ella me tomaría las manos, calentándolas con su aliento; y me acariciaría la cara, para que no estuviese tan fría. Pero yo la cortaría y la abrazaría, porque estaría ahí. ¿Por qué estaba pensando en eso?

—¿El gran Draco Malfoy echa de menos a una sangre sucia como yo?— se burló ella. 

—No te echo de menos. Pero no entiendo este aparato— bromeé. 

Ella empezó a reír. 

—Ya claro, será cosa del aparato...— ironizó. 

Se produjo un largo silencio. Y recordé cuando Hermione me siguió hasta la sala de los menesteres. Cuando, al día siguiente la asalté y le pedí reunirnos en la lechucería. La lechucería... Ella me había mirado de una manera tan... resplandeciente. No había podido evitar amar esa mirada. Y se me debía de haber notado. "¿Por qué me miras así?", me había dicho. A partir de ese momento nos habíamos tenido que poner juntos en Pociones. Mi ego estúpido me había dado valor y cara dura para intentar provocarla: "Eh, sabelotodo Granger, ¿tanto deseas estar cerca mío que tienes que hacer lo mismo que yo?" No había vuelto a llamarla así desde entonces. Recordé también el casi beso de la sala de los menesteres, el beso completo de la biblioteca y el del aula de Pociones. Y también la segunda reunión de la lechucería. La forma en la que se había acurrucado junto a mí, su risa, su manera de mirarme en la fiesta de Slughorn. 

—Te quiero, Hermione— solté sin pensar. 

Solo oí su agitada respiración al otro lado del aparato. Como si le hubiese dado un infarto. 

—¿Hermione?—pregunté. Sabía que seguía ahí físicamente, por su respiración. Pero temía que su mente ya no estuviese ahí. —¿Estás ahí?

—Sí. Sigo aquí— susurró. 

—¿Me crees?

No sé por qué pregunté eso. Supongo que necesitaba asegurarme de que ella no pensaba que era una especie de broma. Me acababa de dar cuenta de que realmente la quería. Mucho más de lo que había pensado que sería capaz de querer a alguien. Nunca había sentido algo así por otra persona. Ni siquiera algo parecido. 

—Hermione...— la llamé con dulzura. 

—¿Sí?

—¿Me crees? ¿Me crees cuando te digo que te quiero?

—No puedes quererme...—fue lo único que dijo.

—Pues lo hago. Y creéme. No me lo explico. 

—¿Por qué?— preguntó, casi al borde de las lágrimas.

—No lo sé. Solo sé que es cierto. Y no me importa que tú no me correspondas. Te quiero. Y me siento incapaz de cumplir la misión de Voldemort porque... porque eso implicaría que tú saldrías herida. 

Ella rompió a llorar. Podía oír sus sollozos y llantos. Estuve escuchándola hasta que dejó de llorar. 

—Ya claro, será por el aparato—dijo de pronto. 

—¿Qué?

—Estoy volviendo a un punto de la conversación neutral. No entiendo lo que acaba de pasar. Y sé que tú tampoco. Así que prefiero hacer como que no ha pasado. Por favor. Sígueme la corriente. "Ya claro, será por el aparato"— repitió. 

—Está bien. ¿Qué has hecho hoy?

—Es Navidad. Así que fui con mis padres a casa de mis abuelos. Hemos comido allí, luego hemos paseado por varias calles de Londres y hemos cenado en casa de mis otros abuelos. Hemos llegado hace poco. 

—Tienes suerte— admití—. Yo no he estado nada con mi familia. Cada uno en una habitación de la mansión Malfoy hasta que he llegado aquí. Por cierto, hace mucho frío fuera, ¿lo sabías?

—¿Te has llevado chaqueta?

—¿La verdad? No. 

—¡Draco!— exclamó, a modo de regañina. Parecía una madre preocupada por su hijo.

—Perdóname, mami. No me quites mi escoba...

Bromeé. Ella rió con gusto. Supongo que buscaba cualquier resquicio para olvidar mi estúpida declaración. 

Nos pasamos cerca de una hora bromeando, riendo y charlando de algunas clases y rumores que se oían por los pasillos de Hogwarts. 

Hermione bostezó. 

—Estás cansada. Deberías irte a dormir...—aconsejé. 

—Tienes razón. Buenas noches. 

—Buenas noches. 

Fui a colgar, pero antes, ella añadió algo: 

—Draco, yo también te quiero. 

Y colgó. Estuve tentado a volver a llamar, pero estábamos cansados. Y no sería una buena idea. 

¿Enemigos? | Dramione | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora