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Hoy Harry no acude a clase en toda la mañana.

Nada más que veo su silla vacía, me siento tan aliviada que casi me pongo a saltar. Si ha faltado, es porque está enfermo o ha decidido pasar el día en su cama, así que, con suerte, esta tarde no se presente en mi casa. Aun así, si lo hace, lo último a lo que estoy dispuesta es a dejarle entrar.

Las primeras horas se pasan demasiado lentas y aburridas. Mi cuaderno termina lleno de garabatos y dibujos y cuando toca el timbre, me falta tiempo para salir corriendo del aula.

Esta vez Paige tampoco aparece en la cafetería, así que vuelvo a sentarme sola en la mesa mientras observo a la gente de mi alrededor sin mucho interés. Algunos comen tranquilos, otros se dedican a hablar con la boca llena y el resto solo sabe hacer ruido y comportarse como auténticos niños de cinco años.

«Os odio a todos», pienso.

En las siguientes tres horas tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no quedarme dormida sobre el pupitre y atender a las explicaciones. Cuando en Historia el profesor me coge desprevenida y me pregunta sobre un suceso del que no tengo remota idea, me quedo en blanco y mis compañeros se ríen de mí. Noto cómo mis mejillas se encienden y me hundo ligeramente en el asiento.

Finalmente, el timbre se digna a sonar anunciando el fin de las clases, por lo que salgo rápidamente del aula y me abro paso entre la gente que se acumula en los pasillos, dirigiéndome a la salida. Contraigo el rostro en una mueca de dolor cuando alguien me pisa el pie y empujo educadamente a los que se interponen en mi camino para salir de aquí, agobiada. Suelto un suspiro de alivio cuando la brisa otoñal me roza la piel y me revuelve el pelo, y echo andar hacia el aparcamiento.

—¡Ally!

Me giro hacia la voz y veo a Paige corriendo hacia mí.

—Hola —digo, frunciendo los labios en una tímida sonrisa.

—Oye, Ally, yo... —Cambia el peso de una pierna a otra, nerviosa. La veo coger aire y me mira—. Siento haber estado así contigo. Estaba algo malhumorada y...

—No hace falta que te disculpes —sonrío, encogiéndome de hombros.

—Pero estuvo mal. No hiciste nada y yo...

—Paige —la interrumpo—. Está bien.

Ella baja la mirada, mordiéndose el labio. Suelto un suspiro y la abrazo. Paige me rodea con sus brazos y me estrecha con fuerza.

—La mejor forma de solucionar esto —digo, separándome de ella— es con una tarde de compras. ¿Mañana?

Mi amiga suelta una risa.

—Mañana —afirma.

Tras despedirnos, echo a andar hacia donde aparqué el coche esta mañana. Estoy contenta de haber solucionado las cosas con Paige. Tampoco es que me haya dejado suficientemente claro lo que le sucedía, pero lo importante es que volvemos a estar como antes.

Me paro en seco cuando estoy a unos metros de mi aparcamiento, intentando visualizar la escena que se lleva acabo frente a mi coche. Un chico está a horcajadas encima de otro, con la mano cerrada en un puño, mientras el que se encuentra tumbado en el asfalto le agarra por las muñecas. Sin embargo, el primero parece más fuerte y consigue asestarle el puñetazo. Oigo un grito de dolor y el chico de abajo se retuerce. Entonces, consigo verle la cara.

Tyler.

—¡Eh! —exclamo, empujando a los que se han agolpado alrededor—. ¡Tyler!

Consigo llegar justo cuando el chico vuelve a pegar a mi hermano y me lanzo contra él. Lo agarro por los hombros, mientras éste intenta zafarse de mí y me clava el codo el el estómago. Ahogo un quejido y tiro del joven, separándolo de mi hermano.

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