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Termino de cocinar el relleno de los burritos y lo reparto por las tortillas de harina. Me aparto un mechón de la cara con un soplido y comienzo a enrollar la masa cuidadosamente, intentando que queden bien liadas. Alzo la vista y miro a Harry. Está sentado sobre la encimera, balanceando las piernas hacia delante y atrás, con la mirada clavada en mí mientras su mandíbula se mueve continuamente para triturar las patatas fritas. Mete la mano en la bolsa y se lleva otro puñado a la boca. Pongo los ojos en blanco y sacudo la cabeza. Al menos se mantiene callado.

—Deja de fruncir el ceño —dice Harry, masticando—, o te saldrán arrugas hasta en el cerebro.

Le ignoro y sigo enrollando los burritos, colocándolos en un plato conforme voy terminando, aunque esta vez con los músculos de la frente algo más relajados.

Acabo un par de minutos antes de que mi madre y mi hermano bajen al comedor, y Harry, sorprendentemente, me ayuda a preparar la mesa. Cuando estamos los cuatro, nos sentamos todos en nuestros respectivos asientos y comenzamos a comer. Recibo felicitaciones por los burritos y esbozo una sonrisa forzada como respuesta.

Mi madre y Harry comienzan a hablar. Se entablan en una animada conversación sobre sus correspondientes vidas a la que dejo de prestar atención a los pocos minutos. Miro a mi hermano, que no ha pronunciado palabra en ningún momento, y me fijo en que la piel de su rostro emite un extraño brillo. Me doy cuenta entonces de que se ha echado maquillaje para ocultar el moratón y la herida de la nariz. Y, por lo que parece, ha funcionado, ya que mi madre no parece haberse percatado de ello. Tyler me descubre observándolo, aunque no hago nada por disimularlo. Le lanza una rápida mirada a nuestra madre, que no deja de hacer aspavientos mientras le cuenta algo a Harry sobre su trabajo que parece hacerle reír. Me vuelve a mirar y se lleva lentamente un dedo a los labios, indicándome que no diga nada al respecto. Asiento con un suspiro y me concentro de nuevo en mi cena.

Cuando terminamos de comer son cerca de las diez. Harry nos avisa de que tiene que marcharse ya y me veo obligada a reprimir una exclamación de alivio. Mi madre se despide con otros dos besos y agarrándolo de los hombros cariñosamente. Tengo que hacer un esfuerzo por no vomitar la cena y me dirijo al salón para recoger las cosas de Harry. Cuando vuelvo al pasillo, mi madre aún sigue despidiéndose de él y tengo que carraspear para que se dé cuenta de mi presencia.

—Hasta otro día, Harry —se despide mi madre.

—Gracias por todo, Amber —sonríe él.

—¿Piensas ligarte a mi madre o qué? —digo, acercándome a Harry una vez que ella desaparece por el pasillo.

—Te veo celosa, miss América.

—Te he dicho que no me llames así —refunfuño, entregándole sus pertenencias. Él esboza una sonrisa cómplice y pongo los ojos en blanco. Abro la puerta y le señalo el exterior con el brazo.

—¿No me vas a acompañar hasta mi casa? —pregunta Harry, fingiendo una tristeza exagerada.

—Oh, claro. No vaya a ser que te pierdas cruzando de acera a acera.

Harry se encoge de hombros y se acerca a la puerta, tropezando de nuevo con la alfombra. Sacude la cabeza y cruza el umbral. Se para en seco y gira sobre sus talones, volviendo a clavar sus ojos en mí.

—He pasado un buen rato —dice—. ¿Volveremos a quedar para el trabajo?

—¿Tengo otra opción? —gruño.

Niega con la cabeza y yo suelto un largo suspiro.

—Entonces, me temo que sí.

Sonríe ampliamente.

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