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Tic. Tic. Tic.

Me revuelvo entre las sábanas, inquieta. Mi cerebro sigue parcialmente sumergido en un ligero sopor, mientras una pequeña parte de él permanece alerta e insomne.

Tic. Tic. Tic.

Abro lentamente los ojos, no sin cierto esfuerzo; es como si mis párpados se hubiesen vuelto de plomo, o como si alguien los hubiese pegado mientras dormía. Despierta, despierta, despierta, oigo una voz gritarme en mi cabeza. Giro sobre mí misma y extiendo el brazo hacia el despertador. Las dos menos cinco de la madrugada.

Tic. Tic. Tic.

Maldita sea.

Me deshago del enredo de sábanas y me incorporo hasta quedarme sentada sobre el colchón. Me froto un ojo con el dedo, mientras mi cuerpo intenta volver a acostumbrarse a estar despierto y en movimiento.

Tic. Veo algo golpear la ventana. Me pongo en pie y coloco una mano en el frío cristal, empañado por el frío. Tic. Un pequeño objeto aterriza sobre el alféizar, y a pesar de la oscuridad de la noche, logro distinguir un pequeño guijarro.

—¿Qué demonios...? —murmuro. Quito el seguro de la ventana y la empujo hacia arriba, abriéndola.

Noto el brusco cambio de temperatura al instante. Mis músculos se contraen y comienzan a luchar contra el enfriamiento, provocándome temblores. Asomo la cabeza e intento visualizar algo entre la oscuridad. Es entonces cuando me llega una familiar voz:

—Por fin. Estaba a punto de sufrir un ataque hipotérmico.

Frunzo el ceño para después enarcar ambas cejas.

—¿Harry?

Lo veo abajo, con la cabeza alzada para poder mirarme y algunos rizos al descubierto bajo la capucha de su sudadera.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, teniendo que alzar ligeramente la voz.

—No puedo dormir —responde—. ¿Puedo subir?

—¿Qué? Ni de coña. Son las dos de la madrugada, Harry.

—Por favor —insiste.

Resoplo. Me giro hacia la puerta durante unos instantes antes de volver a mirarlo.

—Si salgo de mi habitación para abrirte, mi madre se dará cuenta —explico.

—No salgas, entonces.

Avanza un par de pasos hasta llegar la pared. Coloca un pie en el alféizar de la ventana de la cocina, su mano derecha en el dintel y se impulsa hacia arriba, quedando a un metro y medio del suelo.

—¿Qué haces? —grito en susurros—. ¡Te vas a matar!

Pero me ignora. Estira el brazo izquierdo hasta agarrarse a una pequeña tubería y se vuelve a impulsar hasta colocar uno de sus pies en el dintel.

Se va a matar, se va a matar.

Me aparto de la ventana; no quiero seguir mirando. Cierro los ojos mientras rezo porque sea lo suficientemente ágil para llegar sano y salvo hasta arriba. Si es que no se desnuca por el camino.

Oigo un ruido y me giro. Harry tiene medio cuerpo dentro de la habitación y medio fuera. Me abalanzo sobre él y tiro de su brazo hasta el interior, haciéndolo tropezar con sus propios pies. Echo otro vistazo a la puerta, pero todo parece tranquilo.

—¡Estás loco! —medio exclamo, histérica—. ¡Podrías haberte matado!

Él esboza una media sonrisa.

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