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Abro los ojos lentamente, como alguien que llevara dormido años y volviese a despertar de nuevo. Mi habitación está a oscuras, aunque algunos rayos de luz se cuelan por los orificios de la persiana, permitiéndome diferenciar los muebles de la estancia.

Me incorporo ligeramente sobre los codos y pestañeo varias veces, intentando librarme del incómodo sopor que se ha apoderado de mi cuerpo. Me deshago de la sábana que me cubre de cintura para abajo y me pongo de pie.

Abro la puerta y me dirijo hacia el cuarto de baño, pero una voz procedente de la planta baja me llama la atención. Me quedo parada en el inicio de las escaleras e intento escuchar alguna palabra, pero desde esta distancia apenas puedo distinguir unos cuantos susurros.

Bajo los escalones paulatinamente, intentando hacer el menor ruido posible. Las voces vienen del salón, así que me acerco a éste y me asomo sigilosamente por la puerta.

El corazón comienza a latirme más rápidamente cuando reconozco la figura que está hablando de espaldas con mi madre. Un hombre alto, de pelo castaño y espalda ancha.

—Papá... 

Se gira hacia mí. Su expresión calmada se torna a una mueca de sorpresa y sus ojos azules se iluminan con un brillo de emoción.

—¡Ally! —Se acerca y me abraza, estrechándome contra su pecho.

Quiero devolverle el abrazo. Quiero porque es mi padre, porque le he echado demasiado de menos. Sin embargo, no soy capaz de hacerlo, así que me quedo con los brazos sobre los costados, pegada a su jersey.

—¿Qué haces aquí? —pregunto en apenas en un murmuro, separándome de él disimuladamente. Miro a mi hermano, que está sentado en el sofá; su expresión es similar a la que debo de tener yo en estos momentos.

—Vuestra madre tiene que ir de viaje por asuntos de negocios —me explica—, así que hemos quedado en que os vendréis conmigo.

Miro a mi madre.

—Pero...

—Serán solo unos días —me sonríe ella, a sabiendas de cuáles son mis pensamientos.

Miro a mi padre. Quería verle, quería estar con él. ¿Por qué ahora sería la última decisión que tomaría?

—¿Por qué no vais haciendo las maletas?

Asiento, aunque no estoy conforme en absoluto. Salgo del salón y subo las escaleras, con Tyler pisándome los talones.

Hago las maletas con parsimonia, abstraída en mis pensamientos. Siempre que mi madre ha tenido que ir de viaje, nos ha dejado a mi hermano y a mí solos en casa. ¿Qué le ha hecho cambiar esta vez de opinión? ¿Ha dejado de confiar en mí acaso?

Suspiro, mientras guardo un par de pantalones en la maleta.

—¿Necesitas ayuda?

Me giro hacia la puerta. Mi madre está de pie bajo el umbral, con los brazos cruzados sobre su rebeca rosa pálido. Me mira con un brillo de culpa, como si supiera que marcharme con mi padre no está dentro de mi lista de deseos.

—No hace falta, gracias —respondo, apartando la mirada. Sin embargo, se acerca y comienza a doblar las camisetas a mi lado, así que dejo que me ayude.

 Hacemos la maleta en silencio. Termino de guardar un par de zapatos y cierro la cremallera, mientras mi madre estira mi cama.

—No quiero que estés molesta conmigo —comenta, sacudiendo la sábanas.

—No estoy molesta —respondo, aunque mi tono de voz dice todo lo contrario. Mi madre me lanza una mirada y yo suspiro, resignada—. No entiendo por qué nos mandas con papá.

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