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Examino mi rodilla rasgada, cuya piel está aún en carne viva. Aprieto la mandíbula cuando echo un poco de antiséptico sobre la herida, provocándome un lacerante escozor. El aire silba entre mis dientes cuando lo inhalo con intensidad, en un intento de reprimir un grito de dolor.

Con una mueca fastidio, bajo la pierna lentamente y me incorporo con cuidado. Hasta ayer, cuando llegué a casa, no me di cuenta de la herida que se había formado en mi rodilla derecha y de los pequeños moratones que decoraban mis piernas.

Tras cubrir la herida con una gasa estéril, me deshago de la toalla en la que estoy envuelta y me visto, introduciendo mis piernas en los vaqueros con sumo cuidado. Me coloco el jersey de punto y me desenredo el pelo, mientras observo mi rostro cansado en el espejo. Cubro mis pálidas mejillas con un poco maquillaje y salgo del baño, dirigiéndome al salón. Encuentro allí a Tyler, que me espera  ya vestido y con la mochila colgada a la espalda.

—Ya era hora —resopla.

—¿Dónde está papá? —pregunto, mirándome al espejo del recibidor mientras me coloco mi gorro de lana gris.

—Ha ido a comprar el periódico. ¿Podemos irnos ya? No quiero llegar tarde a clase por tu culpa.

Pongo los ojos en blanco.

—Está bien, vamos.

El trayecto hasta el instituto se hace eterno. Las calles están llenas de coches y pronto nos vemos introducidos en un atasco colosal. La gente no deja de tocar el claxon, lo que provoca un ambiente de tensión y gritos de indignación entre los conductores.

Miro la hora en el reloj del coche: las ocho menos dos minutos. Aprieto el volante con fuerza, sintiendo un fuerte pinchazo que me recorre el brazo derecho. Me miro la mano y observo las pequeñas heridas de mis nudillos, que aún no han cicatrizado del todo. Miro a mi hermano por el rabillo de ojo y suelto un suspiro de alivio cuando lo veo examinando el caos que nos rodea a través de la ventana, abstraído. No quiero que se entere de mi pelea con Harry, aunque tratándose de nuestro instituto, es como pedir que el sol no salga por las mañanas.

Llegamos al instituto a las ocho y nueve minutos. Tyler y yo nos bajamos del coche y corremos hacia el interior del edificio, con las mochilas golpeándonos en la espalda. Nos detenemos en el principio del pasillo, donde todo es silencio y tranquilidad. Me despido de mi hermano y ambos nos separamos para dirigirnos a nuestras respectivas clases.

Cuando llego a mi aula, veo a través de la ventana que el señor Campbell ya ha comenzado la clase de Biología y que parece muy concentrado en su explicación. Me muerdo el labio antes de llamar a la puerta. Escucho los firmes pasos del profesor al otro lado antes de que abra la puerta.

—Señorita Cooper —dice al verme, fingiendo un tono de sorpresa—. Llega tarde.

—Lo siento —murmuro. «Como si no me hubiese dado cuenta», añado para mí misma.

El señor Campbell se echa a un lado y entro rápidamente, dirigiéndome a mi sitio con cierta torpeza. Al llegar, no puedo evitar lanzar una mirada a Harry, que me observa con una ligera muestra de rencor. Su labio sigue hinchado, aunque el color rosado de la herida se ha tornado a un feo color violáceo que, desde luego, provoca que ésta llame más la atención. Me siento en la mesa y rebusco en mi mochila hasta encontrar el libro de Biología, intentando pensar en cualquier otra cosa que no sea todo lo que en estos momentos me pesa sobre los hombros.

—Señorita Cooper —me llama de nuevo el profesor.

—¿Sí?

—Quítese el gorro —me ordena.

Obedezco y me deshago de mi gorro de lana, sintiendo cómo mis mejillas se sonrojan, avergonzada. Las risitas a mi alrededor cesan y la explicación del señor Campbell retoma su curso.

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