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El sonido de la lluvia contra los cristales de mi habitación me despierta minutos antes de que la alarma del despertador suene. Apenas soy capaz de levantarme de la cama debido al fuerte dolor de cabeza que siento, pero consigo hacerlo, no sin cierto esfuerzo. Mientras me visto, un relámpago ilumina la estancia, y segundos después, el estruendo de un trueno hace temblar cada uno de los cimientos de la casa. Me calzo las botas a duras penas y salgo de mi habitación arrastrando los pies, sintiendo una fuerte punzada en las sienes a cada paso que doy.

Han pasado varias semanas desde la muerte de Logan, pero la policía no ha averiguado absolutamente nada. La persona que acabó con su vida aún sigue suelta y nadie conoce su identidad. Pero a pesar de todo, el instituto ha vuelto a la normalidad, y tal y como dijo Harry, todo el mundo parece haberse olvidado de él.

Y sé que yo estaría empezando a hacerlo también si Harry no me acosase las veinticuatro horas del día. Se ha vuelto algo paranoico: la muerte de Logan le ha afectado considerablemente y no deja de repetir una y otra vez que la policía no sabe lo que hace y que se están tomando este caso a la ligera. No es el mismo de siempre, y me asusta. Está irascible, silencioso y siempre abstraído. Incluso en algunos momentos me he descubierto echando de menos al antiguo Harry que me apodaba miss América y cuya vida apenas se tomaba en serio.

Por otro lado, Paige y yo hemos hecho las paces. Estuvimos hablando y me contó que había vuelto a recaer en sus problemas de autoestima, que había necesitado tiempo para reflexionar pero que finalmente se había dado cuenta de que todo había sido un error. Y aunque soy consciente de que ha pasado por lo mismo varias veces, esta vez no soy capaz de creerla del todo.

Paige tampoco es la misma de siempre.

Nadie es el mismo de siempre.

Ni siquiera yo.

Bajo las escaleras y me dirijo a la cocina. Encuentro a mi madre con sus gafas colocadas por debajo del puente de la nariz y tecleando con sus ágiles dedos en el portátil. Al otro lado de la mesa, descansa un plato con una tostada y un vaso de leche aún humeante. El simple olor provoca que el estómago se me revuelva y tengo que hacer un esfuerzo por reprimir las náuseas.

—Buenos días, tesoro —me saluda mi madre, aunque al alzar la vista, su ceño se frunce en una mueca de preocupación—. ¿Te encuentras bien? Tienes mala cara.

—Sí. Bueno... más o menos —respondo, sentándome ligeramente sobre la mesa—. Creo que he pillado algo.

—Hoy tengo el día libre. Puedes quedarte en casa y...

Niego con la cabeza, interrumpiéndola.

—Tengo examen de Matemáticas a primera hora —le explico—. No puedo faltar.

Ella asiente no muy convencida.

—Debería irme. Llevas a Tyler, ¿no? —digo levantándome de nuevo. Todo se vuelve negro por un momento y estoy a punto de tropezarme, pero consigo mantener el equilibrio.

—¿No vas a desayunar? —pregunta mi madre. Sacudo la cabeza—. Ally, ¿seguro que estás bien?

—Hmmm.

Antes de que pueda decir nada más, salgo de la cocina y me dirijo al recibidor. Me cuelgo la mochila al hombro y tanteo la superficie de la mesa hasta encontrar mis llaves, me coloco la capucha del chubasquero y abro la puerta. Suelto un grito de sobresalto cuando me encuentro con el rostro de Harry frente a mí, de pie bajo su paraguas negro. La sangre me bombea con fuerza en la cabeza y me veo obligada a cerrar los ojos durante unos instantes.

—¿Qué haces aquí? —susurro, una vez calmados mis latidos.

—Hoy te llevaré yo al instituto —responde secamente, metiéndome de un tirón bajo su paraguas y arrastrándome consigo.

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