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El despertador estalla con un sonido ensordecedor y me remuevo entre las sábanas, soltando un gruñido de fastidio. Me incorporo un poco para mirar el reloj y veo que solo son las siete de la mañana. ¿Qué hago despierta tan temprano? Lo apago y me dejo caer de nuevo sobre la almohada con un suspiro.

Mi mente comienza a introducirse en un pesado sopor cuando un recuerdo aflora en ella: puse el despertador a aquella hora porque mi madre hoy había ido a trabajar muy temprano, y me tocaba encargarme de absolutamente todo.

Me levanto de la cama de un salto y me dirijo rápidamente al cuarto de baño. Me deshago de la ropa y me meto en la ducha, ahogando un grito cuando mi piel entra en contacto con el agua fría. En menos de cinco minutos estoy fuera de nuevo, me visto y corro a la habitación de mi hermano.

Cuando abro la puerta, me recibe una oscuridad completa. Me acerco a la cama y me inclino sobre mi hermano, que duerme profundamente bajo las sábanas.

—Tyler, despierta —susurro, sacudiéndole por el hombro—. Es hora de levantarse.

Se mueve un poco, pero no me responde.

—Tyler —insisto—. Tyler.

—¡Déjame en paz! —exclama con voz roca, apartándome de un empujón.

Levanto las cejas, sorprendida. Me cruzo de brazos y le observo, a la espera de que añada algo más.

—Sigues enfadado por lo de ayer, ¿verdad? —No responde. Suspiro y me acerco de nuevo, sentándome en el borde de la cama—. Lo siento, ¿vale? No lo hice con mala intención.

Sé que está escuchándome. Está de espaldas a mí y tiene los ojos abiertos, clavados en la pared. Le veo parpadear y girar la cabeza hacia mí, expectante.

—No puedes actuar como si fueses mi madre.

Reprimí el impulso de poner los ojos en blanco.

—Sí, lo sé —respondí—. Pero tú tampoco puedes pasarte dos días enfadado por una simple tontería.

Guarda silencio, así que ambos no hablamos durante unos segundos. Apoyo mi mano en su hombro y le doy un pequeño apretón.

—Qué, ¿me perdonas?

—Bueno —dice—, si me haces tortitas para desayunar, quizás me lo piense.

Suelto una risa y él sonríe.

—Trato hecho.

Mientras mi hermano se ducha, bajo a la cocina y preparo las tortitas. Nos permitimos disfrutar del desayuno más tiempo del que debemos, así que, cuando miro mi reloj, me doy cuenta de que llegamos tarde. Recogemos todo rápidamente y salimos corriendo de casa.

Llegamos al instituto dos minutos antes de que toque el timbre. Me despido de Tyler y me dirijo rápidamente a mi clase. Suelto un suspiro de alivio cuando observo por la ventana que la profesora de Literatura no ha llegado todavía, así que entro en el aula más tranquila.

Cuando me acerco a mi sitio, encuentro mi lápiz sobre la mesa. Lo cojo, frunciendo el ceño, y miro a Harry. Está apoyado sobre el respaldo de la silla, con las manos en los bolsillos de su chaqueta y los ojos cerrados. Sacude la cabeza al ritmo de la música que sale de sus auriculares, completamente aislado del mundo.

«Así mejor», respondo, recordando lo increíblemente imbécil que fue ayer. Me obligo a calmar mi enfado y me siento en la silla, a la espera de que llegue la profesora.

Sorprendentemente, las tres primeras horas transcurren con rapidez, así que, cuando suena el timbre anunciando el descanso, me coge desprevenida. Recojo mis cosas y salgo de la clase para dirigirme a mi taquilla. Guardo los libros y los sustituyo por mi desayuno; hace tiempo que me prometí no probar más la comida (por llamarlo de alguna forma) de la cafetería.

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