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Golpeo la superficie del pupitre con la uña de mi dedo índice, repiqueteos rápidos y constantes que muestran mi clara impaciencia. Las manecillas del reloj parecen moverse con una increíble lentitud, como si el tiempo fuese incapaz de transcurrir. Llevo más de media hora sentada en el mismo sitio, observando a la gente entrar y ocupar sus mesas, y escuchando las absurdas conversaciones que comienzan a surgir a mi alrededor.

El señor Campbell entra en la clase vestido con su habitual chaqueta marrón y sus estilosas gafas azules justo cuando suena el timbre. Hoy lleva el pelo peinado hacia un lado y emite algunos destellos cobrizos cuando le da la luz. Es guapo, aunque el hecho de que sea tu profesor le resta muchos puntos.

Deja el maletín a los pies de la mesa como todos los días y se acerca a la puerta para cerrarla. Sin embargo, veo a través de la ventana cómo alguien corre y llega a tiempo para evitar que la cierre a de un manotazo.

—Tan puntual como siempre, señor Styles —comenta el profesor dejándole pasar. Harry esboza una media sonrisa ignorando su ironía y entra en el aula.

Lo observo de reojo mientras se acerca a su mesa, que por desgracia está justo detrás de la mía. Lleva una camiseta blanca, unos vaqueros oscuros demasiado ajustados y unas botas marrones. Me fijo en la pequeña cruz que cuelga de su cuello y en su pelo rizado, oculto bajo un gorro azul. Camina con una mano en el asa de su mochila y otra en su bolsillo, seguro de sí mismo.

—Miss América —me saluda llevándose dos dedos a la frente y sonriendo cuando pasa por mi lado. Pongo los ojos en blanco y aparto la mirada, hundiéndome en el asiento.

Escucho el choque de manos cuando saluda a su compañero de pupitre y unas cuantas risas hasta que el señor Campbell pide silencio. Suspiro mientras me regaño por haber elegido este sitio el primer día de curso.

—Abrid el libro por la página treinta y cuatro —ordena el profesor.

La clase comienza con una aburrida explicación sobre las células y sus funciones. A pesar de que me he pasado gran parte de la noche estudiando y estoy muerta de sueño, me obligo a prestar atención. Estoy a punto de conseguirlo cuando alguien me tira ligeramente del pelo. No le echo cuenta y sigo mirando al señor Campbell. Entonces, noto otro tirón y me giro, molesta. Me encuentro con la sonrisa socarrona de Harry y sus ojos verdes puestos en mí.

—¿Qué quieres? —susurro, irritada.

—Un lápiz. ¿Tienes un lápiz? —pregunta.

Aprieto la mandíbula y me doy media vuelta. Rebusco en mi estuche hasta encontrar un lápiz, me vuelvo a girar y se lo tiendo. Lo coge y comienza a escribir.

—De nada —digo irónicamente, pero él me ignora y sigue escribiendo.

El señor Campbell se acerca a nosotros y de pronto temo que vaya a llamarnos la atención, pero entonces se acerca a Harry y le quita el gorro. Él levanta la cabeza de golpe y se queda mirando al profesor, desconcertado, aún con mi lápiz en la mano. Se le ha quedado el pelo alborotado y sus rizos están completamente despeinados.

—Y el chicle —añade el señor Campbell, enseñándole la palma de la mano—. Escúpelo.

—¿Ahí? ¿En su mano?

Él asiente. Harry mira a su amigo y de nuevo al profesor. Separa los labios y escupe el chicle, que cae sobre la mano del señor Campbell con un hilo de saliva. Se escuchan varias exclamaciones de disgusto entre los alumnos. Sin embargo, él no parece inmutarse. Se acerca a la papelera para después dirigirse de nuevo a su escritorio. Retoma la explicación y mi mente se vuelve a llenar de células.

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—¡Ally!

Cierro la taquilla y me giro hacia la voz que me acaba de llamar. Paige llega hasta mí con una sonrisa.

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