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Odio tener que madrugar los sábados. Y eso que madrugo a la misma hora entre semana, pero por algún motivo, los sábados me duele especialmente tener que salir de la cama para ir a trabajar. Afortunadamente, solo abro hasta el mediodía, por la tardes descanso, al igual que los Domingos.

La mañana transcurre con normalidad en la tienda, hasta que recibo una llamada al teléfono de la empresa. Lo descuelgo algo extrañado, porque casi nadie llama a este número, de hecho he pensado en desinstalarlo en más de una ocasión por ese motivo.

-¿Quién es? -pregunto desconcertado.

-¿Es así como atiendes el teléfono de la empresa? No has aprendido nada -una voz grave me recibe al otro lado de la línea.

-Contesto el puto teléfono como me da la gana, Erwin -escucho su risa a través del auricular, hace mucho tiempo que no hablo con él.

La conversación no da para mucho, tan solo me pide que vaya a visitarlo esta tarde a su casa, al parecer tiene algo muy importante que decirme. Aunque viniendo de Erwin puede ser cualquier cosa, no es como si la vida le fuera en ello.

Le confirmo que iré en cuanto cierre la tienda y vaya a buscar la moto a casa. Vive a media hora de trayecto y me apetece sacar a pasear a mi nena.

Si, amo más a mi moto que a todas mis ex novias, es la única que me comprende realmente.

Ante la escasez de clientela me permito sacar el móvil y repasar la conversación que mantuve anoche con Eren. Por la mañana me deseó los buenos días cargados de emoticonos ridículos, de modo que ya no está molesto conmigo por el mensaje cortante que le envié el día anterior.

Sé que trabaja en la cafetería, así que tampoco espero que me escriba a lo largo del día.

Cuando llega la hora del cierre, compruebo que todo se queda en orden y me dirijo hacia el piso para buscar las llaves y el casco de la moto. El día está bastante nublado, con amenaza de lluvias según el parte meteorológico de Internet. Espero tener suerte y que no me pille mientras voy conduciendo, porque tengo ganas de disfrutar del recorrido en lugar de estar preocupándome de no derrapar por encima de un charco.

Improviso una comida de quince minutos con las sobras que tenemos en la nevera y me pongo la inversión más cara que tengo de ropa, mi chaqueta negra de motero.

Es la más cara, porque está confeccionada con una tela bastante gruesa que aísla bastante la piel del asfalto, en caso de caída. Además, según Farlan, me da un aire de chico rebelde irresistible. Tendré que tener eso en cuenta para mi próxima cita, si es que algún día se me presenta la oportunidad.

Durante el trayecto agradezco que el tejido me aísle del frío, ya que el invierno parece que quiere adelantarse este año.

Aparco delante de la puerta de un Dúplex con un jardín que no tiene nada que envidiar a un campo de fútbol. Antes solíamos reunirnos todos los amigos aquí, sobre todo en verano, porque Erwin tiene una piscina y una barbacoa. Sin embargo, hace tiempo que su trabajo le impide tener unas vacaciones decentes y los demás, que antes estaban disponibles casi todo el año, han formado familias y ya no se les ve el pelo por ninguna parte.

Mi amigo me abre la puerta y me invita a pasar, pero antes me obliga a descalzarme y dejar mis botas en la entrada. Todo es por esa novia que tiene y las películas que se monta con el Feng Shui.

Me guía a lo largo de un pasillo que parece interminable hasta llegar a un inmenso salón que tiene una pared entera de cristal. Hay tanta luz aquí dentro que me dan ganas de dejarme las gafas de sol puestas.

Hacía tiempo que no veía a Erwin. Su trabajo lo tiene consumido, la diferencia es que él sí que gana bastante dinero. Prueba de ello es esta sala, donde un solo jarrón de los que la decoran es más caro que toda mi cocina.

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