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Tal y como prometió justo antes de despedirse, Eren me llamó todos y cada uno de los días que estuvo de vacaciones en casa de sus padres.

Reconozco que al principio me resultaba un tanto chocante hablar con él por teléfono, pero, conforme avanzaban los días, yo mismo acababa buscando su nombre en la agenda de mi móvil para poder escuchar su voz. Es extraño, pero conversar con Eren se ha convertido en una de las cosas que necesito en mi día a día, si no, es como si me faltara algo importante, como si me sintiera incompleto.

A las conversaciones telefónicas se sumaron las selfies, aunque en ese caso si que se trataba de algo más unidireccional, ya que a mi no me gusta hacerme fotos. Es superior a mí, no soy capaz de posar delante de una cámara y componer una cara lo suficientemente aceptable como para mandarla por mensajería por el mero placer de hacerlo.

Eren es un experto en selfies y debo reconocer que sale muy guapo en todas y cada una de las fotos que ahora llenan la galería de mi móvil. A pesar de sus súplicas, no lo he complacido con una foto de vuelta, excepto el día de Navidad, en mi cumpleaños, donde Isabel aprovechó el momento de la tarta para rodearme con un brazo y sacarnos una foto a ambos en la que se nos ve bastante elegantes. Su familia siempre me invita por Navidad, ya que saben la estrecha relación que nos une a Isabel y a mí.

Su madre siempre insiste en cebarme, supongo que es algo que suelen hacer todas las madres, ya que Eren se queja de lo mismo.

Compartí esa única foto con Eren, ya que es de las pocas en las que no salgo con cara de homicida en potencia. No ha dejado de repetirme desde ese día que quiere hacerse fotos conmigo.

Compruebo que todo está en su sitio y que las botellas de vino están enfriando en la nevera. Cuando mi móvil suena, siento que mi corazón da un vuelco.

Eren: Ya estoy en tu calle 😘

Hange está concentrada en la cocina, mientras Moblit intenta lidiar con su improvisado puesto de ayudante. No puedo evitar sonreír con cierta malicia, ya que ella pierde los nervios con facilidad cuando sabe que va a recibir invitados, por lo que está siendo tremendamente despótica con él. Afortunadamente, me libro de estar en su pellejo gracias a mi ineptitud en las habilidades culinarias. Aunque después me tocará limpiar a fondo el desastre que están provocando.

Desciendo por las escaleras y cuando salgo al portal veo que Eren está dentro de su coche, indicándome con una mano que vaya hacia él. Frunzo el ceño extrañado, ya que parece tenerlo bien estacionado. Aún así, abro la puerta del copiloto y me introduzco en el interior. Apenas he colocado mi trasero sobre el asiento y noto como sus manos se aferran desesperadamente a mi nuca para juntar sus labios con los míos.

Por supuesto, las mías no tardan en enredarse en ese despeinado pelo suyo.

Quizás se debe a las llamadas telefónicas que hemos compartido todos los días desde que se fue a su casa, pero siento que estamos más unidos que el último día que nos vimos.

-He estado todos los días deseando hacer esto -comenta sin aliento una vez que nuestras bocas nos dan tregua, reticentes.

Sonrío como pocas veces suelo hacer, como cuando leía sus mensajes, una sonrisa sutil y sincera.

-¿Por qué estamos aquí? -pregunto mientras deslizo la palma de mi mano hacia su mejilla-. He puesto la calefacción en casa.

Se encoge de hombros y se arregla algunos mechones con una de sus manos. Ya he aprendido que es algo que hace cuando está nervioso.

-Bueno, como sé que delante de otros te incomoda ser cariñoso... -me dedica una mirada traviesa-. Además, quiero que abras aquí tu regalo.

De repente mi cuerpo se tensa y frunzo aún más el ceño.

TinderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora