Capitulo 6.

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Era la primera vez que iba al consultorio de Alberto, y esto no era para menos. El lugar era una habitación de paredes blancas y amarillas, con plantas de interior y dos grandes ventanales con vistas a los parques de Palermo. No podía creer que después de tantos años buscar paz está estaba dentro del consultorio de un amigo.
Me senté en el sillón y Alberto se sentó del otro lado de su escritorio; como siempre mi amigo estaba vestido de forma totalmente desaliñada, pero ahora solo tenía agregada una bata de esas que usan los doctores, en color crema.
—Noto cierta inquietud, gringo ¿Pasa algo?
La voz de Alberto me trae de vuelta en la absorción que me causa su consultorio y llevo la mirada hacia el. Este me estaba mirando expectante, y además de eso note que me estaba estudiando los movimientos.
—Cortala.
Se empezó a reír y nego.
—Bueno, bueno. Es verdad, hay cosas que no las voy a adivinar así analizandote. Te voy a poner en pedo así hablas.
—Como siempre tan profesional—negué y ambos reímos.—Vamos a lo que nos compete.
—Si, bien—comienza a sacar un par de carpetas, toma una roja caramelo y de dentro de ella saca un par de hojas con anotaciones.—Bueno ¿Por dónde empezar? ¿Por la bipolaridad causada o por los síntomas de paranoia?
—¡Te dije!—exclame contento.
—Para—detiene mis ánimos.—¿Escuchaste bien lo que dije?
—Bipolaridad y paranoia.
—Si. Pero te comiste algo antes de "bipolaridad" estás captando lo que querés.
—No entiendo.
—Dije "Bipolaridad causada"
Me quede mirándolo sin entender.
—El tipo era normal, Roberto, algo le hizo de factor detonante en su prematura bipolaridad.
—Bueno eso es normal, eso explica el señor del cuadro.
—No.
—¿Cómo que no?
—No, porque la bipolaridad no es una enfermedad alucinógena.
—Capaz consumía...
—No, tampoco, le hice un chequeo general de estupefacientes y bioquímico. No hay nada, absolutamente nada, este tipo no consume alcohol hace 3 años, Roberto, nunca consumió drogas. Todo da 0%—extiende una serie de papeles sobre la mesa, son los resultados y pruebas de todo lo que acaba de comunicarme.
Me quede callado, mirándolo, buscando que se ría y me diga que es una broma de mal gusto. Pero Alberto dio un suspiro y negó, entendiendo mi mirada.
—¿Y la paranoia?
—La paranoia fue manifestada hace dos meses, por lo que pude ver. Lo que pasó con el asesinato fue hace dos años.—me señaló la anotación de otro papel.—Nada coincide.
—¿Te contó del tipo del cuadro?
—Si, me contó a medias, y note que lo cuenta como si fuera un trauma. Claramente tiene uno, y no dudó en que ese trauma es el detonante. Pero...pero no sé, creo que hay algo más—se recargó contra el respaldo de su silla y me da la negativa con un movimiento de cabeza.—Dame dos semanas más, aunque sea para entender que fue lo que pasó.

Recién iba una semana, me mantuve ocupado en mis casos y en la visita de mi hermano por Buenos Aires, aunque estuviera ocupado mi cabeza no dejaba de pensar en otras cosas.
Esa mañana estaba sentado frente a otro nuevo cliente, esta vez una mujer de unos 35 años que había asesinado a su suegra; no podía creer que esa mujer de contextura pequeña haya cometido el terrible asesinato, el cual me estaba confesando justo en ese momento.
No existían razones, solo el impulso de matar. Quería ir presa, se lo merecía y lo aceptaba.
—Me agrada que sea así, señora Estevanez. A veces la justicia hace bien su trabajo.—le comente mientras me cruzaba de piernas y me quedó mirándola.
Es hermosa.
El pensamiento se me viene a la cabeza y agachó la mirada ¿Qué? Esta bien, soy un hombre, puedo tener deseos, puedo pensar que una mujer es hermosa, basta tranquilo, Roberto.
—Gracias doctor, a veces no entiendo porque soy así ¿Usted dice que debería consultar a un médico?
Su tono de voz era suave y parecia acariciarme el cuello con solo escucharla. Levanté la mirada y noté que se había sonrojado un poco.
—Debería. Los médicos nunca están de más, la salud siempre esta bien chequearla.
—¿Usted se chequea, doctor? Digo, aunque sea de vez en cuando.
Sonríe y de golpe me senti sofocado, no exactamente sofocado pero si con mucho calor. Desajuste disimuladamente mi corbata y me encogi de hombros en duda.
—Puede ser. Soy un hombre bastante complicado con esos temas.—me asombro por la confesión y ella parece notarlo.
—¿Doctor?—apoya los codos sobre el escritorio y reposo su mentón en las palmas de sus manos. La mire fijamente, estaba perdido.
—Digame Roberto.
—Roberto entonces ¿Cual es su color favorito?
Trago saliva, sin poder quitar la mirada de sus profundos ojos verdes.
—El azul.
Entonces ella se puso de pie, y comenzó a desprenderse el largo vestido negro que llevaba puesto. Miro rápidamente la puerta de la oficina asegurándome que está cerrada: lo está.
El vestido negro cayó sobre el piso en una dulce cascada, y la mujer quedo en un fino conjunto de ropa interior de encaje color azul. No pase tanta atención al detalle del color, porque me encontraba perdiendo la mirada en el esplendor de su cuerpo. Mantuve mis ojos en dirección de sus caderas contoneandose cuando camino hacia el otro lado del escritorio, donde yo estaba, y la distancia se volvió cero, inclinó su cuerpo un poco hacia mi altura y me congelo cuando dio un suave beso en mi mejilla, susurrando a mi oído un claro:
—Acá y ahora.
Como si se tratara de una orden me puse de pie como una bestia que acaba de ser largada de una jaula, y la tome entre mis brazos, tocando con mis manos cada rincón de su cuerpo. Se trataba de una asesina, una clienta. Estaba perdido y no me importó un carajo.
Observé el reloj que descansaba sobre una de las esquinas de la pared derretirse lentamente y caer por las paredes, espantado cerré los ojos ¿Había consumido algo antes de esto? Pensé internamente.
El reloj sonó indicando la nueva hora, abrí los ojos desesperado. El cuarto estaba en penumbras y yo vestido recostado en el sofá de mi oficina.
Maldije en silencio y me senté respirando de forma agitada.
—La puta madre ¿Y eso que fue?
Me pregunte espantado a la vez que mi voz hacia un suave eco en el espacio. Me moví incómodo sobre el rojo sofá, para luego esconder como un niño mi rostro detrás de las palmas de mis manos.
Negué bajandolas y al levantar la mirada me encontré con un pequeño cuadro junto al anterior cuadro, mis pies temblaron al ponerme de pie. Sentí como el calor subía a medida que avanzaba hacia él, di un respingo al ver de la obra que se trataba "La tentación" por San Antonio; toque el cuadro con la punta de mis dedos, espantado.
¿Como había llegado ahí? Esta vez rogaba que se tratara de algún tipo de pesadilla, pero para mi sorpresa la realidad me abrazó confirmando lo contrario.

VOCES DEL SILENCIO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora