Capítulo 11

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Espere un momento en silencio, aguardando que saliera de una vez del super mercado. La observé caminar ligeramente por la vereda de enfrente, con una bolsa de compras en cada mano. Cruce la calle, siguiendo sus pasos. Apure aún más mis pasos y me le atravese en el frente haciendo que caiga al piso.
Sus oscuros ojos me miraron asustada, tener el control de la situación me hizo sentir bien de cierta forma.
-¿Venís a matarme o que? Procura que está vez el arma tenga balas-espeto ella con una sonrisa burlona.
Paula seguía tan hiriente como siempre. Y yo seguía tan imbécil, frente a su sonrisa, como siempre.
Sacudí la cabeza trayendome a mi mismo al presente. Me incline y la mire desde esa altura.
-Necesito conocer a mi hija. Se que la mandaste el otro dia a buscarme, no es la forma, sos una desalmada de mierda.
-¿Que? No sé de qué hablas.
-La metiste en el auto, en mi auto. Decime ¿Cómo conseguiste llaves para mí entrar a mi auto? Te voy a denunciar, sos un monstruo.
-Para, Roberto ¿De qué hablas? Es imposible que Camila se haya metido en tu auto.
-¿Camila?
-Asi se llama.
-Me dijo que se llama Ángela.
-Es su segundo nombre...pero igual, es imposible.
Su mirada se volvió triste, pude sentir como su voz se apagaba suavemente. Se puso de pie sacudiéndose el polvo, y me miro resignada.
-¿Que?
-Es imposible que haya sido Camila, Roberto. Camila fue asesinada hace dos meses atrás.
Me quedé entumecido, tratando de entender lo que acababa de decir. Guarde silencio sin saber que acotar a la situación, mi cabeza comenzó a dar vueltas a tal punto que sentí la urgente necesidad de reposar mi espalda contra la pared, y así lo hice. Le regale mi mirada a la calle, a mi lado pude sentir la presencia de Paula, la cual imitó mi acto.
-Hace 8 años que estoy viviendo acá en Buenos Aires. Me casé con un tipo que no me amaba pero yo a él si. Todo se empezó a tornar difícil, sabía que iba a pasar porque eso pasa cuando el amor no es mutuo. Cuando mi marido se iba yo me quedaba sola, con Camila, todo era demasiado vacío, todo me sabía a amargo. Hasta que me hice amiga de mi vecina, la cual estaba pasando también una crisis en su matrimonio. Mi amiga se fue de viaje, y me acoste con su marido. Fuimos amantes todo un año completo, no sé cuándo paso que le llamo la atención mi hija-su voz se quebró, continuó-Ese día Cami no fue al colegio, y yo tenía que trabajar hasta tarde. Ese día fue el último día que la vi. El hijo de puta la violó, la mato y la descuartizo.
Cerré los ojos, como si acabara de darme una cachetada. Deje resbalar mi espalda contra la pared hasta quedarme sentado en el piso. De fondo escuchaba el llanto desconsolado de Paula, desgarrador e hiriente.
Me puse de pie, como pude, y juntando partes del poco valor que me quedaba, de lo poco "buena gente" que había en mi, la tome entre mis brazos y la apreté contra mi pecho en un abrazo. Sus lágrimas comenzaron a mojar mi camisa, humedeciendo mi pecho. Su perfume se impregnó en mi nariz, invadiendo mi mente con una tonelada de recuerdos.
Levanto su mirada hacia mi y reposo sus labios sobre los míos. Años esperando este momento para correrle la cara así regalarle un sordo "no, ya no", pero a cambio correspondi al beso, de forma febril, salvaje y necesitado.

Veinte años de terapia, veinte años de una mujer nueva cada mes, veinte años de emborracharme en los bares, veinte años encerrandome a estudiar una carrera que odiaba solo para no pensar, veinte años lejos de mi provincia para olvidar.
Veinte años, para en un cuarto de hotel con la boca hundida entre las piernas de la mujer que me complicó el existir. Sus manos en mi pelo, su espalda arqueandose, sus gemidos reafirmando ser el sonido más hermoso que escuché en toda mi existencia.
-¡Ya esta, Roberto! ¡Subí por dios! ¡Ya llegue! ¿Qué más querés?
Me rio un poco, sin terminar mi actividad. La escucho gritar, su cuerpo tiembla. Sus piernas caen a cada lado de mi cabeza, me aparta con las manos. Su respiración se hace escuchar agitada, sonido celestial.
Subo. Separó sus piernas, acomodandome entre ellas.
-Te odio-susurra.
-Yo te odio muchísimo más.
Ambos nos miramos, entendemos muy bien de lo que estamos hablando.
Me muevo despacio, como pidiendo permiso, como si de nuevo tuviera veinti pico de años. Ella acaricia mi rostro, mi barba, mis labios.
-Roberto...
-Paula...
-Te amo.
Susurra y de sus ojos caen lágrimas. No respondo, solo actuó, comienzo a moverme desesperadamente dentro de ella, escondo el rostro en su hombro. Le pido a la vida que no me vea llorar, no de nuevo.
Ella gime, y yo me siento nuevo.

-¿QUÉ?-Alberto grita del otro lado del escritorio.
Estamos sentados en mi oficina viendo unos papeles. Yo me saco los lentes y me rio un poco ante su reacción.
-Si, loco.
-Pero ya me imaginaba yo, si estás re feliz, mirate la sonrisa, tenés quince años de nuevo. Que asco me das-se ríe.-Pero no estaría entendiendo, me contas qué pasó después de un suceso importante. Pensé que el suceso importante había sido este reencuentro.
Niego y noto como me cambia el gesto. Me saco el saco, y me desajusto un poco la corbata. Hace cinco días que no me afeito, así que llevo una barba prominente y desaliñada; me acomodo en la silla, que es de cuero negra, hace contraste con mi pantalón de vestir marrón oscuro.
-¿Te acordas que te hablé de una nena ayer? Cuando tuviste que llamar a la policia y todo eso.
-Si.
-Bueno, era mi hija.
-¿Tu hija? Pero Roberto, no había...
-Si, ya se, no había nadie-me despeinó nervioso, y lo miro.-Pero yo la vi y hasta hablamos juntos. Asunto que busque a Paula para saber cómo había hecho entrar a la nena en el auto.
-¿Y?
-No fue ella-alberto me mira sin entender.-Mi hija murió hace dos meses.
-¿Qué?
-Si.
-Pero Roberto ¿Vos me estás diciendo que viste una muerta en tu auto? Disculpa la expresión, es tu hija lo se, pero ¿Alguna vez la viste?
-Jamás.
Mi amigo se pone de pie, comienza a caminar de un lado a otro sin entender absolutamente nada de lo que le estoy diciendo. Detiene sus pasos, quedándose de pie junto al enorme ventanal que hay detrás de su escritorio.
-Hay algo que no te mencioné. Ese mismo día, por la mañana, fui a tu casa y me atendió una chica rubia, preciosa ¿Cambiaste de mucama o te andas levantando alguna rubia?
-¿Eh? No. En absoluto, y menos en horarios donde yo no estoy, la única que está siempre es Matilda. Capaz es alguna sobrina.
-¿Por qué no le llamas y le preguntas?
-¿Queres el número de la rubia?
-No, para nada. Quiero confirmar algo. Llamala y preguntale. Ponelo en alta voz.
Ante la insistencia, saque mi celular que estaba guardado dentro del bolsillo de mi pantalón de vestir, y marque el número. El celular sonó tres veces, del otro lado atendió la voz de Matilda, lo puse en alta voz.
-Hola, señor Roberto ¿Pasa algo?
-Hola, Matilda. Quería hacerte una pregunta, el otro día Alberto fue por casa y dice que lo atendió una chica rubia, muy linda ¿Tenes idea de quién se trata?
-No, señor, no tengo idea. Como siempre solo estuve yo, además jamás paso por acá el señor Alberto.
-Bueno, era eso nada más Matilda. Espero no haber interrumpido. Que tengas buenos días, nos vemos.
Corte la llamada, y miré preocupado a mi amigo, este me devolvió la misma mirada.
-Te juro que vi a una mujer rubia. No tome nada antes de ir, fue real.
Asiento.
-Lo sé, paso. El asunto es que hay un problema.
Alberto se siente sigilosamente en su silla, detrás del escritorio y me mira expectante.
-¿Cuál?
-La única mujer rubia que hay en mi casa, es la de un cuadro que me llegó hace un mes por encomienda.
-¿Eh? ¿De que carajo estás hablando?
-Lo que escuchaste, Alberto, quien te atendió fue la manifestación de un arte surrealista. Quisiera ser esceptico, pero no, las pruebas me someten. Quien te atendió fue "Joven vírgen" de Dalí.
-¿El mismo día que vos viste a tu hija?
Trago saliva, y asiento.
-Si.

VOCES DEL SILENCIO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora