Capítulo 7

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Me moví rápidamente y corrí escaleras abajo en busca de las llaves de mi auto, una vez que las tome entre mis manos salí hacia el garage y me subí a mi automóvil.
Las calles se dibujaron como enormes paisajes frente a mis ojos, a medida que avanzaba por la avenida General Paz. No tenía idea de qué hora era, ni siquiera me tomé el trabajo de encender la radio para apagar las voces que comenzaron a susurrar en mi cabeza. Mis dedos comenzaron a moverse temblorosamente sobre el volante, de repente mi mente entro en silencio cuando frene el automóvil de golpe luego de un abrupto golpe.
La noche silenciosa me brindo el favor de no presentar testigos, acababa de atropellar a un perro.
Alguien golpeó en mi ventanilla, dirigí la mirada y me quedé congelado al encontrarme con la imagen de una mujer, que claramente estaba furiosa, por su ropa pude divisar que se trataba de una linyera. Aún con las manos temblando toque el interruptor y el vidrio bajo, y automáticamente recibí una cachetada de parte de la mujer.
—¿Te parece chocar a un indefenso animal y encima no bajarte de ese autito de mierda que tenés?
Moví un poco la cabeza y levanté la mirada hacia ella. Ambos nos quedamos anonadados al encontrar nuestras miradas.
Trague saliva mientras una mezcla de sentimientos comenzaban a subir y bajar. El estómago se me cerró y mi garganta formó un nudo.
—¿Roberto?
Negué. Fui a apretar el interruptor pero ella apoyo la mano sobre la ventanilla para que no suba.
—Si, sos vos, Roberto.
—Me parece que está confundida.
—No, no lo estoy. Yo podría encontrar esa mirada en cualquier multitud y la reconocería. ¿Sabes quién soy?
Claro que sabía. Pero no iba a rebajar mi orgullo a un estúpido "claro que sí, ese rostro estuvo en todos mis sueños desde los últimos 20 años, tu nombre estuvo en oídos de todos los terapeutas que visite" así que la mire de reojo y negué.
—No, ni idea.
—Dejame que suba.
—¿Qué? Ni en pedo, sos una desconocida ¿Y pensas que te voy a dejar subir?
—Dejame subir.
—¡No!
—Estas temblando hace 15 minutos, y cuando me viste dejaste de hacerlo. Te calmaste. Sabes quién soy. Abrime la puerta.
La mire unos segundos, y di un largo suspiro. Apreté un botón y la puerta de acompañante se destrabó. La observé recoger entre sus brazos algo del piso y me congelé al ver que rodeaba el auto con el perro en brazos, y subirse al coche con el.
—¿Qué? Maneja hasta una veterinaria, necesita de nosotros y no voy a dejarlo solo.
—Me va a manchar el auto.
—Me vale mierda el auto, acá hay una vida.
—Y acá mucha plata.
—Bueno, bajate del auto y vamos caminando.
—Bajate vos.
No quería mirarla, no. Mantuve la mirada fija al frente, con el ceño fruncido y apretando con fuerza el volante, sin percatarme de ello.
—Deja de apretar el volante, conociéndote lo vas a partir. Dale, Roberto, prende el auto y vayamos a buscar una veterinaria.
Tarde unos minutos para acceder, encendí el auto y antes de comenzar el camino me apresure en decirle:
—Es por el perro, no por vos.
Esta vez ella no contesto, lo cual me hizo moverme algo incómodo. Encendí la radio y comencé el camino, deseando internamente que esta vez sí se tratara de una pesadilla.

—¿Usted dice que lo podemos dejar entonces?
Pregunto Paula bastante emocionada. El veterinario asintió y acarició el animal, que solo tenía una pata quebrada.
—Si, seguro le vamos a encontrar una familia.
—O Roberto puede pasar a buscarlo y dejárselo, me parece que debe tener una casa grande.
—¿Qué? ¿Dejarmelo?—pregunte espantado. Negué consecutivamente y miré al veterinario.—Yo no puedo, vivo trabajando, aparte no me gustan los animales.
—Es entendible—comento el hombre.
—No podés ser tan tacaño—grito Paula.—¿Qué te cuesta? ¡Encima que lo atropellas!
—¿Usted lo atropello?—pregunto espantado el veterinario.
—¡Callate, loca!—proteste—Fue un accidente, fue sin querer.—le comenté al hombre de bata blanca.
—Nos lo llevamos.
—¿Te lo vas a llevar con vos cierto?

Creo que siempre fui inocente ante cada palabra que salía de la boca de esa mujer, en realidad siempre lo fui y lo seguía siendo. Porque ahora estábamos en mi casa, el perro dormía plácidamente sobre la alfombra del living, mientras que Paula estaba sentada en un sofá y yo estaba a unos metros de la sala, en el barcito, tomándome un whisky.
—¿Qué haces acá en Buenos Aires?
Pregunté muy molesto. Ella me miro acomodándose su ahora descuidado cabello.
—Muchas cosas.
—¿Por qué sos una vagabunda ahora?
Ella se echó a reír y yo me quedé perplejo.
—No soy vagabunda. Qué este mal vestida no significa que lo sea. Estás acostumbrado a lo que era antes y encima ahora te moves en un ambiente muy fino.
—Disculpame, pero estás muy descuidada. Cuando vivíamos en San Juan siempre andabas arreglada y eras muy hincha huevos con el tema del "look"
Me encogí de hombros.
—Me escape de San Juan.
Baje lentamente el vaso de whisky y me quedé mirándola a la espera de lo consiguiente.
—¿Por?
Ella negó y escondió su rostro entre sus manos, seguido escuché como comenzaba a llorar. Me sentí inútil, después de muchos años, me quedé quieto observándola. Di otro trago al whisky y me encamine hacia ella.
—Para—me detuvo antes de sentarme junto a ella—Sentate allá.
Me señaló el sillón que estaba del otro lado de la mesa ratona, justo enfrente de ella. No quise abstenerme, creo que ni yo ni ella estábamos listos para tanto acercamiento.
Estuve escuchándola llorar durante unos 20 minutos, más o menos, hasta que la vi ponerse de pie y arrodillarse frente a mi. Me tensione por completo y me puse derecho automáticamente.
—¿Qué te pasa?
—Perdoname, Roberto, perdoname.
—Mirame, Paula, mirame—le exigí. Era la primera vez después de tantos años que volvía a decir su nombre.
Me encontré con unos tristes ojos negros que reflejaban años de incertidumbre, y no se por qué, pero podría jurar que de mi parte ella también se junto con el mismo sentimiento proveniente de mi.
—Pasaron muchas cosas, demasiadas. Yo no quise lastimarte tanto—susurro.
—¿De qué hablas?
—Roberto, yo...yo...
—¿Vos qué?—pregunte desesperado.
—Yo estaba esperando un hijo tuyo, más bien una hija, cuando decidimos terminar lo nuestro. Jamás te lo dije por qué nunca ibas a creerme por mi engaño con Ernesto. Tuve a Camila, y decidí criarla sola. Pensaba llevarme este secreto a la tumba, pero veo que no va a ser así.
Me puse de pie y comencé a caminar de un lado a otro, estaba entrando en una crisis de nervios. De golpe sentí una brutal ganas de golpearla, apuñalarla, matarla. Me sentí de 22 años de nuevo, otra vez estaba en ese puto bar escuchandola decir que me había engañado con mi mejor amigo. Pero esta vez estaba diciéndome que yo era padre, padre de su hija, despues de años de ausencia, está vez yo era un tipo de 40 años con mucha historia encima, pero que seguía siendo el mismo estúpido de siempre frente aquel nefasto "amor de mi vida"
Camine hacia la mesada que estaba detrás de ella y de ahí adentro saque un arma. Paula se quedó anonadada al verme y se tapó la boca con una mano.
Apunte directamente hacia su frente, apoyando la fría punta del arma en esta, ella seguía arrodillada y yo de pie. Nos miramos fijamente, sin mediar palabras. Sentí como una fría lágrima resbalaba por mi mejilla. La odiaba.
Cerré los ojos y apreté el gatillo.

VOCES DEL SILENCIO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora