El gatillo fue suave y a la vez mudo, el arma se encontraba sin balas. Apreté los dientes, enfurecido, y tire el artefacto lejos de mi alcance.
La risa de Paula se hizo oír en toda la casa, a la vez que me dejaba caer de rodillas comenzando a llorar como un pobre infeliz, lo cual era desde que esa mujer había aparecido en mi vida.
—¿Por qué? Decime ¿Por qué? ¿Qué haces acá? ¿Me estás siguiendo cierto?—pregunte gritando. La tome por los hombros y comencé a zamarrearla, ambos de rodillas aún. Ella comenzó a reírse aún más.—¡Decime!
Su risa comenzó a apagarse y me miro en un tono de burla. Trague saliva, a la vez que dejaba mis ojos reposar en los suyos.
—Lo menos que quería era verte, Roberto ¿Me entendés? Yo te supere hace años, yo seguí mi vida, hasta me volví a enamorar.
Dijo casi en un susurro, sin apartar su mirada de la mía. Apreté sus brazos y la solte.
—No me interesa eso, decime ¿Qué querés? ¿Queres plata?
—No.
—¿Entonces?
—Tengo mis asuntos que resolver acá en Buenos Aires. Encontrarme con vos fue pura casualidad del destino.
—El destino es una mierda entonces.
Murmuré poniéndome de pie y camine directamente hacia la puerta, la abrí.
—¿Qué?
—Te quiero lejos de mi. Y esta vez, haceme el favor de desaparecer.Di un último vistazo a mi rostro en el espejo retrovisor, y baje. Prendí el último botón de mi saco, mientras caminaba a paso ligero por el estacionamiento de tribunales. Agarre con fuerza mi maletín, como de costumbre, y dándole un último toque a mi corbata entre al enorme edificio.
Hoy comenzaba el juicio de Manrique.
Al entrar en la sala está entro en un enorme silencio, por primera vez en mi ejercicio como abogado penalista me sentí tímidamente juzgado por un público.
Aclare mi garganta, dirigiendo mi atención únicamente a la mesa donde se encontraba mi cliente. Me senté junto a el, coloque el maletín sobre la mesa y saqué una serie de papeles.
—Buenos días, Manrique.
Extendi mi mano hacia el, pero este ni siquiera me estaba prestando atención. Maldije internamente, este tipo iba a hechar a perder todo lo preparado.
El juez hizo su entrada y todos guiamos la mirada hacia el.
—Muy bien, buenos días a todos. Estamos frente al caso de Allende/Manrique. Para hacer conciente a los oyentes, voy a comentarles sobre que se trata. El señor Manrique es acusado por la parte contraria, Allende, de violación, homicidio y daños morales. El abogado frente a la causa de Manrique es el doctor Roberto Stancovitch. El abogado encargado de la defensa de los Allende es...—el juez hizo una mueca al leer y levanto la mirada.—¿Andrea Estrada? Creo que hay una falla de...
La puerta se abrió, y por ella entró una esbelta mujer de curvas prominentes, creo que no fui el único que se quedó estúpido frente aquel ir y venir de caderas.
—Disculpe, señoría, tuve un pequeño inconveniente pero aquí estoy presente.
La rubia mujer se sentó junto a su cliente, su larga cabellera le llegaba hasta la cintura y parece que mi mirada se hizo notar tanto que me regaló una seria mirada con sus grandes ojos grises.
—No hay problema. En fin, damos comienzo al juicio—murmuro el juez y la sala quedó en completo silencio.—Escucheme bien, Manrique, le voy a preguntar esto solo una vez y necesito que sea honesto.
Me encontraba en el estacionamiento de tribunales junto con Manrique, el cual no dejaba de divagar hacia media hora sobre el estúpido hombre del cuadro en medio de la toma de declaraciones frente al juez, y mi defensa no dejaba de dar vuelcos cada dos segundos. Desajuste mi corbata como auto reflejo para no reventarle la cara de un golpe, y respire ondo.
—¿Usted consume algún tipo de drogas?
—Claro que no, señor, en absoluto—contesto rápidamente el hombre.—¿No confía en mi palabra cierto?
—¿Quiere que sea honesto? No.
—Señor, se que es difícil y más aún para usted que es un hombre esceptico. Déjeme preguntarle algo ¿Desde que le regale ese cuadro no están pasandole cosas raras?
Me quede mirándolo y fruncí el ceño automáticamente.
—¿Usted mando ese cuadro?
—Si.
—¿Por qué no puso remitente?
—Contesteme lo que le pregunté.
Me moví incómodo, odiaba perder una discusión y más con un tipo esquizofrénico.
—No.
—Usted sabe que si, pero no quiere aceptarlo.
—¡Dejeme de joder, Manrique!—aprete los dientes y negué.—¿Por qué me mando ese cuadro?
—Fue una orden.
—¿Una orden?
—El hombre del cuadro me lo ordeno.
—¿El hombre del cuadro?—comencé a reír—¿Y el unicornio no le dijo nada?—me saque mis gafas y me coloque unas gafas de sol.—¿Sabe que? Me voy. Mañana lo llamo yo o mi secretaria. Al paso que vamos de cierta forma le conviene, que en el grado de demencia que tiene la imputabilidad la deja tirada en la concha de su madre.
Comencé a caminar enfurecido hacia mi auto, pero escuché justo a Manrique decir en vos alta un:
—Ella lo quiso conocer, lástima que no pudo.
Me detuve un momento para entender a que se refería, pero las emociones controlaron la lógica y seguí mi camino hacia mi auto. Una vez dentro lo encendí, y acelere alejándome de allí.
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VOCES DEL SILENCIO.
ParanormalRoberto es un abogado penalista de 40 años con un gran prestigio en su ámbito. Lleva una vida bastante rutinaria y recta, donde todo está planeado y nada puede salir mal; hasta que un día la visita de un nuevo cliente hará que todos sus planes e ide...