Tormenta de fuego

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Los rayos del sol prácticamente ya no eran capaces de atravesar las densas nubes negras que cubrían el cielo, y mucho menos llegar hasta la mazmorra donde Hermione se comía las uñas. Nunca había sido de las mujeres que perdían los nervios a la primera de cambio. Aún era capaz de recordar a Lavender en mitad de un ataque por llevar el pelo demasiado encrespado o Romilda, superada completamente por los exámenes incapaz de respirar de los nervios.

Ahora ella era la que trataba de no entrar en histeria. Era un sentimiento que se abría paso a través de sus entrañas, completamente real y poderoso. A pesar de lo mucho que lo había estado intentando, Hermione era incapaz de apartar la mirada de la mujer que gimoteaba justo donde la había encontrado, sin moverse ni un ápice.

No sabía quién era. Quizá podría ser Alicia. Podría ser Cho. Estaba demasiado desfigurada, sucia y destrozada como para saberlo. Aún así, sus ojos seguían fijos en ella. Brillantes por las lágrimas, aunque muertos. Parecían suplicarle entre gimoteo y gimoteo. Gran parte de sus heridas se habían infectado: Ya no quedaba nada que hacer por ella. Moriría. Ni la magia podría salvarla.

Hermione tampoco se engañaba. Se convencía a sí misma de que no mataba a aquella moribunda porque ella era la siguiente. A pesar de todo, sabía bien que daba igual si esa mujer moría ahora o en unos días: Anthony la devoraría a ella. Se había hartado de su antiguo plato y deseaba carne fresca. Lo había visto en sus ojos.

La verdadera razón por la que no ahogaba su sufrimiento era que no se sentía capaz de asesinar a una persona. Daba igual si era por una buena causa. 

Las lágrimas se agolpan en sus ojos desesperada mientras restregaba sus manos, imaginándolas llenas de sangre. 

No era capaz, jamás sería capaz de asesinar a un ser humano.

Las súplicas silenciosas de la mujer terminaban con su cordura poco a poco. Deslizándose por la pared para poder sentarse en el suelo, Hermione termina por apartar la mirada, llorando como jamás había llorado: El dolor de descubrir que su mayor miedo se había hecho realidad. Había fallado.

Por sus venas solo corría hielo, puro hielo

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Por sus venas solo corría hielo, puro hielo. Ahora daba gracias a su entrenamiento de mortífago, a todo el dolor que había sufrido. Aún recordaba la súplica de Charity antes de morir por una maldición entre lágrimas. Recordaba su cuerpo devorado por la serpiente de Voldemort.

Ahora apartaba esos recuerdos a lo más profundo de su ser, encerrados en una cárcel de hielo. Ahora debía ser el hombre frío y cruel por el que todo el mundo le conocía.

Severus permanecía agachado, observando la entrada a la cueva del chico. No había tenido problemas para llegar. Longbotton había sido preciso con sus indicaciones. Al final iba a tener que admitir que el chico no era tan absolutamente inútil.

Ahora su máxima preocupación era encontrarse con Goldstein. Él, aunque muchos creyensen lo contrario, defendía a los alumnos del peligro real. Los insultos no eran más que un mero entretenimiento para su persona, así como los comentarios sarcásticos. La realidad era que le preocupaban esos muchachos. ¿¡Cómo no le iban a preocupar!? Esos críos había crecido con él, les había visto transformarse de enanos inútiles a magos y brujas medianamente aceptables. Y sabía que sería capaz de matar a Goldstein...Pero le costaría. Siempre había sido un buen chico, aplicado, inteligente, lleno de estúpida moralidad.

Los juegos del Lord [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora