Hay vida más allá

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Soy Kashia y ésta es mi historia

Todo historia tiene un punto de partida, trataré de ser lo más precisa posible.

(...)

El sonido de la campana anunciaba la finalización de las clases por hoy. Los chavales comenzaron a salir ruidosamente mientras Kashia recogía sus libros y los guardaba en la mochila sin prisa. Era nueva en ese instituto. Sus padres continuamente se mudaban de lugar. Ella siempre solía decir a sus nuevos amigos que era hija de un embajador. Sonaba mucho mejor y más interesante que la cruda realidad. Sus padres apenas contaban con dinero y malvivían en alquileres de mala muerte, trabajos precarios. Aún así era feliz. Cariño no le faltaba y los adoraba pues se desvivían por ella tratando que no le faltase de nada. Sabía que huían de algo, aunque nunca daban explicaciones acerca de su extraño comportamiento. Ya no era una niña, era una jovencita bastante atractiva de diecisiete años que se preguntaba por qué su padre tenía un arma a mano. Aunque a decir verdad, no quería saberlo. A veces se preguntaba si sería un asesino a sueldo y por eso estaban obligadas tanta su madre como ella a huir.

Caminó por las angostas y escarpadas calles de Lisboa y se dirigió hacia la Plaza del Comercio. Solía sentarse muchas veces allí para contemplar a las gaviotas que se acercaban curiosas a la orilla. Se sentó junto a las escaleras y sacó unas miguitas de pan. Las lanzó al mar y observó el paisaje. Aquel lugar relajaba su mente, tenía el poder de abstraerla y hasta de disfrutar de unos minutos de paz.

-Muchacha, ¿no deberías estar en tu casa? -Kashia arrugó su frente molesta y asintió a la tendera que vendía Pasteles de Belén. La mujer solía ser muy amable con ella, en más de una ocasión hasta la había obsequiado con uno de esos dulces. Pero hoy le molestaba que interrumpieran sus pensamientos. Consultó la hora en su reloj de pulsera y comprobó que era ya casi las tres. Se levantó y arrastró sus bambas con desgana por el pavimento.

Su casa distaba bastante lejos de aquella plaza, sin embargo por eso le gustaba a Kashia, era un placer perderse entre las callejuelas de Lisboa y gozar de un poco de libertad. Siempre tenía unos horarios muy estrictos y sus padres solían avasallarla a preguntas si se retrasaba. Echó a correr cuesta arriba, pasó la catedral del Sé y siguió hasta el castillo de San Jorge. Muy cerquita de él, vivían en un piso muy pequeño. Subió las escaleras, y un olor a azufre la sobrevino de golpe. La puerta de su casa estaba entreabierta. Kashia se acercó con sigilo y trató de asomar la cabeza por la puerta, sin embargo, se encontró con un hombre vestido de negro apuntándola con una pistola directamente a la cabeza. Al desviar su mirada un poco a la derecha, vio los cuerpos de sus padres tirados en el salón. Se quedó helada, en estado de shock. Pensó que era el fin, su turno. De repente toda su vida pasó delante de ella como a cámara lenta. Agachó la cabeza abatida y las lágrimas inundaron su rostro, sin embargo, el hombre del traje la cogió del brazo y la amenazó.

-Si no quieres acabar como tus padres, ni se te ocurra chillar.

El hombre la condujo hasta fuera donde un BMW con los cristales tintados los esperaban. Dentro había otros dos hombres vestidos con ropa similar a la de su captor. Ninguno dijo nada. Dentro del coche la amordazaron y la cubrieron con una capucha. Kashia lloró todo el camino. No podía entender que estaba pasando. El recuerdo de sus padres muertos, hizo que su corazón se encogiera de dolor. Era tal su pesar que le costaba respirar. De pronto, notó un pinchazo y la oscuridad se hizo en ella.

(...)

Despertó en una celda oscura. Desorientada comenzó a llamar a sus carceleros y a gritar en vano, nadie acudía a su llamada. Las paredes desnudas y de hormigón, eran impenetrables. Un espejo enorme devolvía la imagen de una chica asustadiza y temerosa. Su cabellera azabache estaba completamente desordenada. Vestía un traje blanco similar a un kimono. ¿Por qué estaba ella allí? Sus ojos azules percibieron movimiento a través de él. Estaba casi segura que había otra habitación allí. Tenía hambre y sed. Se sentó en el suelo acolchado y se resignó. Pronto el cansancio acumulado hizo mella en ella y cayó de nuevo en un sueño profundo y revelador.

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