Título: El funeral
Hoy debería haber amanecido un día triste, gris y con lluvia. ¡Qué va! ¡Un sol espléndido! Para más inri. En lugar de estar en la playa, estoy aquí en un funeral. Ya veo que traen el féretro y por fin comienza la dichosa misa. Miro para detrás y veo que muchos entran con una rosa. Los que llevan al muerto sudan como cerdos. No me extraña, estamos a treinta y cinco grados, ¿a quién se lo ocurre morirse un veintidós de agosto? Les va a dar un jamacuco. Miro el reloj, ya son las diez y ella no aparece. El cura comienza el oficio. Sus palabras me aburren. Las caras largas y con llantos amargos se suceden de uno a otro familiar. ¡Serán hipócritas! Si no había trato de ningún tipo. Esos lazos se rompieron hace mucho.
Su viuda sigue sin aparecer. ¿Dónde demonios se habrá metido esta mujer? Debería haber estado la primera. La gente va a murmurar. Por fin, aparece, toda ella con su porte elegante, despampanante como siempre, gafas oscuras y un pañuelo blanco. Se disculpa y rompe a llorar. Es una excelente actriz. Me encanta. Espero a que toda esta pantomima acabe y cuando se queda a solas, según ella para despedir a su amado esposo, me pongo a su lado. Ella comienza hipando hasta que deriva en una estruendosa risa.
—Desgraciado. Espero que te pudras en el infierno. Ya no podrás tocarme y ahora seré inmensamente rica para hacer lo que me da la gana.
La dejo hablar para que se desahogue. Pobrecilla, lo ha pasado muy mal. Mientras su marido trabajaba como un negro, ella se tiraba a su amante de toda la vida. ¿Qué no le gustaba que la tocara? Era su esposa. Lo normal que un marido quiera hacer con su mujer. Hay que reconocerle su mérito, era buenísima fingiendo los orgasmos y que lo quería. Y cuando ya se harta de insultarme, la toco el hombro. Al volverse, pega un grito de terror, que me encanta. Se le han puesto los pelos de punta y se le han caído hasta las gafas del susto.
—Te preguntarás que qué hago aquí. Pues bien, querida, yo me iré para el más allá gracias a ese veneno que me inoculaste, pero tú también vendrás conmigo. De esta no te libras. Y no te preocupes por tu amiguito, ya me he encargado de él también. Del susto, se ha caído por la terraza y se ha quedado desnucado en el suelo. ¡Una lástima! ¡Qué pena me ha dado verlo! Si no me ha dado tiempo ni a desquitarme. Se ha suicidado el muy loco. En fin, vamos a lo que he venido. —Y la agarró del brazo.
—Suéltame, desgraciado. Yo contigo no voy a ninguna parte. Nada puedes hacerme. Yo estoy viva —me suelta con petulancia la muy víbora.
—Pues va a ser que no. Ahora soy un demonio y tú mi esclava. —La izó por las piernas y abrió las puertas del infierno—. Disfruta de tu estancia en la tierra, si aquello te pareció un infierno, la eternidad ni te cuento.
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Relatos Cortos
RandomUna selección de relatos cortos que nada tienen que ver entre sí. Puedes disfrutar de pequeñas lecturas que van desde el más absoluto terror a la más pura diversión, pasando por el amor.