De reojo

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El peor de los castigos que arrastro es tener que verte a diario. Paradójicamente lo único que deseo, y a su vez la arena alquitranada y convulsa en que se hunde mi corazón más y más profundamente con cada latido, ahogándolo, oxidando su antiguo brillo.

Ya no veo tus ojos, solo el negro de tu pelo, ya no escucho tu boca, solo el eco de tu risa en el moreno de tu espalda. Tampoco me rozan ya las líneas de tus ahora marmóreas manos, se han quemado todos los mapas que antes me guiaban por su geografía. Me he perdido, sin brújula, en el abismo kilométrico de cada centímetro que pones entre los dos, en ese páramo helado y marchito entre tus labios y los míos que no sé de dónde coño ha salido.

El tiempo se ríe, a carcajadas, de la esperanza que guardo en un baúl pudriéndose en mi sótano, de que con el paso de los días salgas de mis sueños, llames a la puerta y me arranques la ropa.

Deja de mirarme de reojo sangrando esto en mi libreta, y pídeme de una puta vez que te lo escriba bajo la piel, entre capas de los miedos y el rencor que aún me escondes.

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