Narcolepsia

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Apenas es noviembre y el frío ya me paga pensión completa. Mi colchón amarillento y desnudo, medio hundido, cruje de desesperación. No puede soportar mi sueño, ni por una noche más. Como de costumbre, duermo vestido. Quizá, si me acuerdo, cambiaré mi ropa por otra del armario, quizá, al amanecer. El colchón rechina sus dientes de espiral y se vuelve áspero al tacto. No es lo mismo que dormir en el suelo, pero el sueño llega por igual a ambos, si llega. La diferencia es que en el suelo duermen mis calcetines, calzoncillos, pantalones, camisetas, máscaras. Todos danzando y arrugándose al son afónico del colchón entre el ruido muerto de los búhos mudos.

Morfeo es un titiritero, se divierte en su vigilia eterna viendo al insomnio caer en las drogas y ahogarse en la bebida, sin importarle su lenta degeneración con tal de poder encontrarse con su amada narcolepsia, y al fin fundirse en mi mente y follar bajo las estrellas, sobre mi colchón, en una ciudad onírica de la que hace ya noches es imposible despertar.

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