Desvisto a la Luna cuando el Sol os ve y marcha, a advertir con el invierno, de que ante las vértebras versátiles del vicio verás tu pena convertida en verdosos reptiles de vidrio, vecinos de las lágrimas, que desconcertadas pues jamás las vertiste, insisten en hacer ver que aunque pretendes creer que el amor no existe, sabes que un jugador de letras no es sino un enfermo escapando con la muerte del destino simple, y que no es de extrañar que el alma bien castigue a quien la embiste, que cargue contra todo aquel sentimiento que envidie el no ser capaz de entrar en la lista de versos, libres como liebres grises en la tumba del cazador de silencios que venciste. Te insiste el frío de una sombra pues conoce que lo hiciste; que alzaste los párpados de tu falda la noche en que susurros vendiendo humo sin tener tabaco te golpearon al salir de la garganta de aquel galante traje, disfrazado de hombre. Las águilas apremian el premio de esperarte y aprietan el vuelo, prestando sus alas a mi dama alquimista de alacranes de alquitrán, que transmutó el oro que dormía en su cabello y lo transformó en alpiste, que inundó con sangre el lienzo de tus muñecas por la memoria de quien murió dejando secuelas en el volar de los cisnes, en el llorar de un aterrado piano de alma triste. Las chispas del metal, que al chocar con el acero, matan de amor al frío mediante un inmediato e ígneo aguacero, no dejan escapar de mis dientes las hirientes serpientes que forman las palabras mutantes que cual droga dependen del remitente, conocidas como "te quiero" y esperando siempre en su nido de suspiros inertes. Ser sincero con el fuego y poner celo al roto corazón del caballero, que murió de un certero adiós tras abandonar su armadura creyéndose al pesar menos capaz de conquistar el cielo. Los versos que vuelan entre las venas de una vulgar pero venerada partitura como aves entre cables, sin vender al vertedero su verdadera hermosura. Hacerle saber al mundo y a lo que nunca quiso formar parte de él, que las palabras sinceras no son más que las que huyen y atrapan cada minuto, las que abandonan la gloria de ser primero por la paz y calma del segundo, las que con un color rojo rubor roban el ruido al rudo tumor de cruda realidad y rescatan las respuestas de raro resultar, rompiendo las reglas que intercepta y rumorea el rapaz redentor, que resentido por reyertas de rápida reseña, resulta querer representar poco más que rayas de recluso en las ropas de una rana que en lugar de saltar, repta. Palabras sinceras y certeras, que como culebras corren tras la calma de una colmena sin reina a la que coronar, sin un corazón al que condenar, sin unas cadenas que cargar al choque de unos labios, que cada catorce encuentros dan comienzo a los cuentos que han copiado sus colores del calor de un cadáver caído en calamidad, cualidad que solo cabe en el cuerpo de una captora de besos, que sin ser capaz de casarse y tener casa en la corte, contempla su cuarto dentro de un cabaret disconforme, casi carcomido por las cáscaras de la culpa custodiada por quién conduce el cambio entre una cobarde calavera y un casquillo de catástrofe, vacío de bala. Palabras que truenan en el temblor del atrapasueños, que como trampa puso el tiempo en la tormenta que todo lo transforma llamada vida, trastornando el trabajo de unos trapecistas atravesados por la travesía del tener, de tener trastos y trastos y que se los trague el trasfondo del traidor mal llamado Diógenes, tratándose en su lugar de un trilero que se atañe al tañer de un timbal, que trata de tapar su deseo tan humano de tratar de no caer reo en las artimañas del azar más rastrero, que acumula tradiciones en un trastero en lugar de ganas de trasnochar, para trazar en tranquilidad los tratados que transporten todos los temores que tuvimos, y tomemos por terminado el trayecto de este tranvía que traduce los temporales en "te quiero" y en "tal vez". Palabras que nacen cansadas de rimar y mueren ansiosas de soñar mudas, de dejarse caer en los puños de un prestidigitador que en lugar de poder permitirse perder el pudor en permutar palomas para la plebe, persigue los percances bajo los planetas y planea paliar, perspicaz, poco a poco sus placeres partiendo a pedradas cada premonición, pescando plenilunios en la plenitud perdida de la pleamar, que pelea por permanecer más puta que santa cada pulso de oleaje.

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Poesía Nocturna
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