Capítulo 11.

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11. La cala. 

Regresé a casa de esa inesperada visita de Stewart.

—¡Y de repente, me dijo que era la mejor chica con la que había estado! – Exclamó Sharon entusiasmada.

Mi mejor amiga me contaba su experiencia con Liam en aquel restaurante, con mi vestido.

Quizás aparentaba estar escuchándola, pero mi mente había viajado a otro sitio, donde todo estaba más alborotado.

—Esto va viento en popa, Ab. Este chico me gusta. – Me informó Sharon.

Le miré y le arqueé una ceja insinuante. ¿Por qué no podría encontrar yo un chico con el que congeniase también?

Quizás porque mi tiempo "libre" lo usaba en jugar a tonterías de apuestas con desconocidos, o lo invertía en ir detrás de un chico totalmente misterioso y enigmático el cual parecía estar cediendo algo hacia mí.

—Me alegro, Shar. – Contesté.

—¿Te pasa algo? – Preguntó, preocupada.

—No. Nada. ¿Por qué?

—Llevas unos días algo ausente. Te noto rara, como con bastantes pensamientos desordenados en la cabeza.

Y realmente era así. No sabía ni siquiera cómo me sentía, ni qué sentía. Necesitaba una dosis para aclararme, pero no sabía cómo hacerlo.

—Tranquila. – Contesté, de nuevo. – Estoy bien, no te preocupes.

—Bien. Si necesitas algo, sabes donde encontrarme.

Sharon hizo un gesto con su pulgar hacia el pasillo. Acto seguido, emprendió camino hacia su cuarto gritándome las buenas noches.

Ladeé mi cabeza y estiré mis nudillos intentando deshacerme de todo el estrés.

Cerré los libros de estudio que ocupaban casi toda la mesa del salón, y los dejé a un lado.

La reciente conversación con Sharon me había hecho percatarme de que debía ordenar mis pensamientos, ser sincera conmigo misma e intentar organizar todo en mi cabeza.

Una brillante idea se iluminó en mi cerebro: La playa.

Encontré a Harry en mis pensamientos indicándome el camino.

Observé el reloj del salón y miré la hora. Quizás no fuese muy tarde para ir a dar una solitaria vuelta que, quizás, me ayudase a comprenderme mejor.

Me levanté del asiento y fui corriendo hacia el perchero. Me conformé con ir con el chándal que usaba tan pocas veces. Agarré las llaves del coche y abandoné el piso, bajando a toda velocidad hacia el parking.

Mi esperanza de que Sharon no saliese de la cama y se percatase de que había hecho una simple huida estaba presente, pues sino, me haría un interrogatorio quizás de más de una semana.

Avisté la plaza donde se encontraba el coche. Un mini de color rojo, el cual los padres de Sharon nos regalaron para facilitarnos el movimiento.

Algo que agradecía en momentos como ese.

Arranqué el motor y, tras conducir a ritmo de One Republic, seguí el camino que llevaba a la cala donde Harry me había indicado.

Tras unos minutos al volante, llegué a un pequeño aparcamiento exterior, hecho exclusivamente para los turistas de la playa.

Aparqué como pude y bajé del vehículo. Ningún coche más en el aparcamiento, estaría sola.

Cualquier persona se hubiera intimidado al encontrarse en esa playa a  solas, a esas horas de la noche. Sin embargo, yo seguí el consejo de Harry.

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