Capítulo 39.

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39. Asalto.

Mis manos metían de mala gana la ropa en la maleta de nuevo. Mis ojos estaban llenos de lágrimas y mi cuerpo solo vestido por la ropa interior.

El grifo del baño cesó, y si no me daba prisa, tendría que enfrentarme a las reacciones de Stewart.

Preferí cerrar la maleta lo más rápido que mis articulaciones me permitieron.

La puerta en segundos sería abierta y yo debía esfumarme antes de eso.

Puse mi camiseta y cogí los pantalones, poniendo en pie mi maleta y arrastrándola por la moqueta.

Mi cuerpo llegó al pie de la puerta y mis manos tomaron el pomo, abriéndola, a la vez que la puerta del baño se abría.

Aspiré por mi nariz mientras sacaba la maleta de la habitación.

—¿Abbie? ¿Dónde vas?

Di un portazo y comencé a andar por el largo pasillo del hotel, arrastrando mi maleta como podía y con solo la camiseta.

Mis lágrimas llovían por mis mejillas y en mi pecho había una opresión.

La puerta de la habitación fue abierta de nuevo, y los pasos de Harry mientras su voz profunda pronunciaba mi nombre, inundando mi cabeza.

—¡Abbie! ¡Abbie!

Mi mano continuaba arrastrando mi maleta, sin importar las casi súplicas del chico.

—¡Joder, Abbie! – Exclamó, poniendo su mano en mi mano, la que tiraba del asa de la maleta.

Me obligó a dar la vuelta a la cabeza y encontró mi rostro bañado en lágrimas, mi pelo desastrosamente recogido en una coleta, y yo, hecha pedazos.

—¡¿Qué demonios te pasa?! – Exclamó.

—¡¿Cómo he podido ser tan ilusa?! Ahora desaparecerás, ¿Verdad? Sólo querías esto. Sólo me querías para el sexo.

—¿De qué diablos hablas, Abbie? Está bien, entra en la habitación y hablemos.

—¡No! – Exclamé. – Me quiero ir. Me voy a ir.

—¿Dónde crees que vas? El billete de ida aún no lo puedes usar.

—¡Déjame, Harry! – Grité.

—Nos llamarán la atención, Abbie. Por favor, entra en la habitación.

—¡Déjame!

—¡Que entres en la maldita habitación! – El grito de Harry se impuso ante todos mis actos.

Tragué saliva y cesé mis lágrimas sorprendida de la repentina reacción que tuvo.

Bajé mi mirada y pasé por su lado, viendo como solo decoraba su cuerpo los pantalones que había tenido todo el día.

Arrastraba de nuevo la maleta en dirección a la habitación.

Entré y la aparqué en un rincón, mientras tomaba asiento al pie de la cama y Harry cerraba la puerta.

—¡¿Se puede saber qué mosca te ha picado?! – Exclamó.

—He entendido que saludases a tu amiga Hannah como si de alguien cariñoso se tratase, pero, esto ha sido suficiente. Te han mandado un maldito mensaje. Decía algo así como: Estoy deseando verte.

—¡¿Qué?! – Me interrumpió.

—Y, oh, sí. También decía que se había enfadado contigo porque hoy habías quedado con ella y, sin embargo estás aquí, en Venecia conmigo. ¿O acaso eso ella no lo sabe?

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