Capítulo 26.

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26. Donald Stewart

—No puedo. – Contesté. – No puedo olvidarme de ti, Harry.

El chico rodeó mi cuello bruscamente y me jaló hacía él. Sus labios chocaron con los míos y nos besamos. Pero ahora no era algo bruto, ni brusco. Ahora era dulce, con amor.

Nuestras cabezas se separaron, pero nuestros ojos continuaban mirándose. Algo entre Harry y yo había nacido, algo que no se podía parar, ni siquiera romper por muchos obstáculos que se empeñasen en hacerlo.

—Yo tampoco quiero que te olvides de mí. – Musitó.

Me miraba como nunca antes me había mirado.

—Y, ¿Puedo pedirte algo?

—Claro.

—Nunca te vayas de mi lado, Abbie.

Tragué saliva y pensé en eso. ¿De verdad querría que me quedase a su lado si supiese que para mí había sido un juego? ¿De verdad lo querría?

Harry tenía una falsa imagen de mí. Quizás él simplemente pensaba que me acerqué por simple curiosidad. Sin embargo, me acerqué porque de eso trataba mi juego.

—¿Quieres venir a dormir a mi casa? – Preguntó.

Asentí y el chico se levantó. Me ofreció su mano como ayuda y yo lo hice. Me levanté.

—Abbie, te quiero.

Me sentía llena. Harry me llenaba tanto como nadie había hecho jamás.

***

Me desperté al día siguiente en una cama de matrimonio, una cama en la que ya había estado en más ocasiones.

Miré hacia mi izquierda y vi como Harry dormía, boca abajo. Sus ojos cerrados, su boca elegantemente abierta. Su espalda subiendo y bajando gracias a su constante respiración. Sus rizos desperdigándose por todo su rostro. En su cuerpo solo habitaban unos bóxers azules.

De nuevo ese rostro de vulnerabilidad se apoderaba de mis sentimientos.

Él era una de las cosas más bonitas que había visto en mi vida, y sin embargo, una de las más peligrosas.

Me sentía de cierta manera liberada, aunque sabía que miles de enredaderas se apoderaban de mí.

Sus ojos se apretaron y poco a poco fue abriendo sus párpados. Parecía que sabía que le estaba observando.

Sonreí cuando mis ojos encontraron a los suyos. El chico sonrió tímidamente, cerrando sus ojos y mostrando sus dientes.

—¿Qué haces mirándome? – Preguntó, con su voz tan fascinante, tan ronca.

—Me gusta hacerlo, ¿Acaso no puedo?

Me levanté rápidamente y me miré en el espejo del armario. De nuevo tenía ese pijama que me compró exclusivamente para mí.

Harry se dio la vuelta y quedó boca arriba, con sus manos apoyadas en la nuca, y sus hombros abiertos.

Sonreía.

—¡Iré a hacerte el desayuno! – Exclamé.

—¿Acaso sabes cocinar? – Preguntó, sarcástico.

—Por supuesto. Es una de las cosas que mejor se me dan.

Frunció el ceño con una sonrisa pícara en su rostro.

—Necesito ver eso.

Corrí por la habitación y atravesé los dos pasillos.

—¡Espérame, Abbie! – Exclamó el chico, desde la habitación.

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