Las cosas no anduvieron tan mal para mí como para Carmen. Por temas laborales del papá no fuimos el fin de semana siguiente, no volví a ver al Tordo por dos semanas, y entonces ya había pasado suficiente tiempo para no tenerle miedo. Carmen, sin embargo, sufrió represalias. Su tío dejó de hablarle y ella empezó a temer que la relación se hubiera roto para siempre. Para colmo, doña Ángela, que no dejaba pasar nunca más de cinco días sin hacerle alguno de sus platos favoritos, la tenía a dieta de coliflor y espinacas, que eran las verduras que Carmen más odiaba en el mundo.
Yo quise convencerla de que la dieta era una coincidencia, pero Carmen sabía reconocer las opiniones de su abuela. No creía que el Tordo le hubiera contado nada, pero doña Ángela tenía un claro sentido de las jerarquías: si el Tordo no hablaba con Carmen, ella no precisaba averiguar que había pasado para tomar partido por él y colaborar con la penitencia.
La noche del primer sábado en que volví a la isla, Carmen y yo nos acostamos en el muelle a contar estrellas fugaces.
- ¿La viste a la húngara cuando salió de la casa? – dijo Carmen.
La imagen del cuerpo desnudo de la húngara recortado en el vano de la puerta con los brazos cruzados me volvió a la mente.
- Es verdad que parece una vikinga – dije.
Un pez saltó en la oscuridad.
- La húngara no se largó a llorar porque él le dijo puta – dijo Carmen.
- Ya sé.
A ella, como a mí, debía de haberle tomado varios días poder llegar esa conclusión.
- ¿Cómo será estar enamorada? – dije.
Carmen, que siempre tenía una respuesta para todo, se quedó callada.
- Cuando te enamorás es que querés muchísimo a alguien – dijo finalmente - . Y eso es cuando sabés que el mundo no sería el mismo sin esa persona.
Pensé que el mundo no podía ser el mismo sin ella o sin Marito y me puse a pensar quien más me importaba tanto, pero sonó la campana que tocaban en mi casa cuando estaba la comida.
La pelea del Tordo y Chico fue ese domingo a la tarde. Hacia mucho calor y soplaba viento norte. A la mañana mamá había dicho que en días así encerraban a los locos y los hacía mirar verde. El río estaba muy bajo y había un olor fuerte a barro, a óxido, a plantas y peces medios podridos: el olor del río cuando las orillas se vacían y queda el barro al sol, con su vapor nauseabundo.
Carmen y yo habíamos terminado nuestra casita en el árbol a media mañana y habíamos invitado a Marito a festejar con unas rodajas de sandía. Vimos al Tordo bajar de la chata que lo había llevado al Tigre y entrar a la casa. En un día distinto nos habríamos dado cuenta que venía furioso, pero nos distrajo Virulana, el de la lancha almacén, que pasó río abajo y saludó con su silbato.
Chico se había metido en el cañaveral a cortar unas cañas para arreglar el cerco de uno de los vecinos de enfrente y, según le dijo después a Marito, el Tordo salió de la casa hecho una tromba y entró a buscarlo para pegarle sin darle la mínima oportunidad de explicar nada. Nunca supimos quien le contó al Tordo que la húngara había venido a buscar a Chico esa mañana cuando él estaba en el Tigre y tampoco supimos si Chico había hecho algo con ella que le hiciera merecedor de la paliza, porque él juraba que ella le había pagado unos pesos para levantar la glicina que se había caído y que él no le había tocado un pelo, el Tordo no le creyó. Cuando entramos al cañaveral, lo había tirado al piso, estaba arrodillado a su lado retorciéndole un brazo para que no pudiera moverse y le olfateaba la cara y el cuello como un perro.
La piña primera fue un golpe seco en la cara. Chico gritó de dolor. El Tordo se apartó de él, le pateo las costillas. El cuerpo de Chico saltó un poco en el aire y después se encogió y con patadas se arqueaba y volvía a encogerse. Los golpes tenían un sonido extraño, imposible de olvidar. Por un momento pareció que el Tordo iba a matar a golpes a su hermano. De pronto se detuvo y quedó mirándolo como si estuviera pensando a donde le iba a pegar ahora. Chico se sentó y se agarró la cara con las dos manos. Yo nunca antes había visto a un hombre pegarle a otro.
- La glicina estaba caída en el piso – dijo Chico sin sacarse la mano de la cara.
El Tordo se dio media vuelta y se adentró en el cañaveral a grandes trancos.
- Por una puta de mierda – dijo Chico en voz muy baja. Le sangraba la nariz. Se paró y pensé que iba a irse detrás del Tordo pero se fue para la casa. Carmen, Marito y yo no podíamos movernos. El viento golpeaba las cañas unas contra otras.
- ¿Por qué lo olía? – dije a la noche, sentada en el muelle junto a Carmen.
Carmen no contestó. Era una noche muy negra y quieta y sólo llegaba a rachas la música del grabador de mamá.
Oímos el golpe de alguien saltando dentro del bote y el ruido metálico de los toletes. La silueta del bote se desprendió de tierra firme y los remos chapotearon en el agua.
- ¿Quién va? – dijo Carmen.
Le respondió un silencio y los remos contra el agua.
- ¿Tordo? -
- Váyanse a la cama que es tarde – dijo la voz del Tordo en la oscuridad.
El bote se alejó río abajo, el ruido de los toletes y de las palas de los remos contra el agua se hizo cada vez más distante hasta desaparecer.
- Va a lo de la húngara – dijo Carmen. En la isla de enfrente, las estrellas se caían detrás de la silueta de los árboles-. Espero que no la mate, porque va a ir preso.
Esa noche soñé que unos hombres me perseguían con cuchillos. En el sueño, Carmen me contaba que la húngara estaba muerta, que su tío la había matado a tarascones.
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Piedra, papel o tijera
Teen FictionAlma va todos los fines de semana, con sus padres, a su casa en el Tigre. Allí conoce a Carmen y a Marito, dos hermanos que viven con su abuela, en una casa sencilla. Las aventuras por el Delta, el despertar del amor y el fin de la inocencia los une...