Capítulo 3

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Al día siguiente volvió la húngara. Yo estaba en el muelle con un tazón de café. No me animaba a cruzar a lo de doña Ángela para buscar a Marito y estaba esperando que él apareciera en el muelle o viniera a buscarme. Pensaba una y otra vez en lo que había pasado el día anterior. Me preguntaba cómo íbamos a seguir juntos, dónde nos íbamos a ver si el Tordo no quería que nos viéramos. Por momentos estaba segura de que íbamos a poder superar cualquier obstáculo y por momentos me desesperaba la idea de que no pudiéramos estar juntos.

De espaldas a mí, en su muelle, el Tordo tomaba mate y desenredaba unas tanzas. Lo vi darse vuelta hacia la entrada del canal y un instante después oí un motor. Era el barco de la húngara. El Tordo siguió desenredando sus tanzas, pero su cuerpo se había puesto rígido y yo sabía que quería darse vuelta, que sólo fingía seguir con su tarea.

La húngara pasó frente a la isla sin saludar. Iba parada al timón, con las piernas un poco abiertas y la mirada fija al frente. A su lado había un hombre. Un brazo de él la tomaba de la cintura, iba fumando un cigarro. De lejos se parecía al padre de la húngara en la foto con las palomas. Algo en el corte de pelo o en la mandíbula, quizá la manera de pararse. Me cayó antipático. Cuando se alejaron, el Tordo se paró y se fue hacia la casa. Un rato más tarde escuché la sierra eléctrica en el fondo del terreno. Las tanzas habían quedado sobre el banco y el sol pasaba a través de la maraña de hilos creando una burbuja de luz.

Cuando Marito apareció, a las once de la mañana, Chico se había ido en la colectiva, y papá y mamá habían ido en la lancha a hacer compras al almacén. El ruido de la sierra eléctrica no había parado en toda la mañana y se oían caer las ramas, una después de otra, como si el Tordo estuviera dispuesto a desmontar el fondo del terreno hasta dejarlo pelado como un desierto.

- ¿Viste a la húngara? dijo Marito sentándose a mi lado.

Miró hacia mi casa y me rozó el brazo con una caricia.

- Papá y mamá no están-dije-. Sí, la vi.

-Se casó con un milico-dijo Marito.

Virulana les había dado la noticia hacía un mes, pero el Tordo no había querido creerle. Hasta se le había ido al humo y lo habían tenido que parar entre todos. Yo conocía la historia de la húngara y el Tordo a través de los cuentos de papá y algunas cosas que me había dicho Carmen, pero nadie antes me había hablado de la historia como me habló Marito esa mañana. Durante años, además de ver a la húngara los fines de semana, el Tordo había viajado a Buenos Aires para encontrarse con ella. De esos encuentros, él volvía siempre con una valija de cuero vieja llena de libros. Los había leído todos. Ahora, dijo Marito, los tenía alrededor como un fuerte, había hecho las paredes de los cuartos con ellos. Yo no le dije que los había visto.

- Toda nuestra infancia nos leía los libros-dijo Marito-. Se sentaba en la cocina a la noche, después de comer y nos leía. A veces hasta recitaba poemas enteros de memoria. Carmen se iba a la cama y yo luchaba contra el sueño hasta que no podía más y me quedaba dormido ahí, en el banco de la cocina.

Según Marito, el Tordo podría haberse ido a Buenos Aires a trabajar en lo que hubiera querido, pero nunca había podido vivir lejos de la isla. "Lejos del río", decía él. En el año '62 se había mudado a un departamento que le había prestado la húngara y se había conseguido un trabajo.

-Por alguna parte hay una foto de él con traje y corbata, la cosa más rara que viste en tu vida-dijo Marito-. Pero qué, no duró ni un mes. Y después ella lo dejó. Esa fue la primera vez que lo dejó.

Le conté que Carmen y yo los habíamos visto haciendo el amor.

-Ella es lo mejor y lo peor que le pasó al tío en su vida-dijo Marito.

Piedra, papel o tijeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora