El timbre me despertó a las tres de la mañana. Me había quedado dormida en el living, con la televisión encendida, envuelta en una frazada de cuando era bebé. Po un momento pensé que lo había soñado, pero volvió a sonar.
Era el portero eléctrico y sonaba ahora con insistencia. Marito. Corrí a la cocina.
-¿Alma? –dijo una voz de mujer del otro lado.
-¿Quién es?
-Carmen.
Carmen. A las tres de la mañana después de dos años de no vernos, pero me saltó el corazón de alegría. Le abrí la puerta de abajo por el portero eléctrico y salí a esperarla al palier. A medida que contaba los pisos que recorría el ascensor, mi corazón parecía acelerarse más y más hasta que me empezó a doler el pecho de tanta presión. Me imaginaba que apenas Carmen abriera la puerta me le iba a tirar encima, iba a abrazarla y a besarla y nada de lo que había pasado entre nosotras tendría importancia, pero cuando se abrió la puerta lo único que pude sentir fue un miedo inexplicable que me clavó al piso, como si ella me hubiese tirado encima el miedo que traía, ese que yo ni siquiera podía sospechar.
Entró a casa antes que yo, y recién cuando cerré la puerta detrás de mí me abrazó. Un abrazo seco, tan alejado de los abrazos de nuestra infancia y nuestra adolescencia que me hubiera puesto a llorar ahí mismo. Pero reconocí instintivamente la necesidad de reprimir cualquier emoción.
-Necesito quedarme acá unos días –dijo-. Te pido por favor que me alojes.
Mamá y papá volvían al día siguiente, pero no se lo dije. Ya vería cómo hacía para que ellos aceptaran tenerla. Yo no había comido nada la noche anterior y me di cuenta de que tenía mucha hambre. Carmen me acompañó a la cocina y se sentó con las manos sobre la mesa. Le pregunté por Emil. Dijo que estaba en lo de unos amigos y se quedó callada. Miro la escena ahora y quisiera que todo hubiera sido diferente. Ella tiene que haber querido contármelo todo. Yo sé que yo quería contarle lo que me había pasado y que fuera como antes, cuando nos sentábamos espalda contra espalda en la isla del medio y hablábamos hasta desarmar cualquier problema. Pero yo la había traicionado y eso me daba vergüenza, y en lugar de hablarlo o pedirle perdón, fingía que no había pasado nada. Eso ocupaba todo mi espacio, tanto que no podía actuar con naturalidad.
-Necesito darme un baño y dormir. Estoy muy cansada –dijo.
La acompañé al baño, busqué una toalla seca en el ropero del pasillo, abrí la canilla del lavatorio para que viniera el agua caliente. Todo lo hicimos en silencio, como si la pared que me había separado tantas veces de Marito estuviera ahora entre nosotras. Supongo que habré pensado que hablaríamos después, que era lógico que nos llevara tiempo acostumbrarnos. Tenía diecisiete años: ¿cómo no iba a pensar que teníamos todo el tiempo del mundo por delante? De todas maneras supongo que planeaba maneras de acercarme otra vez a mi amiga mientras calentaba un poco de arroz en la cocina y escuchaba el sonido de la ducha que llegaba desde el baño. La felicidad del primer momento había desaparecido y le había dejado lugar a una sensación incómoda, a una necesidad de moverme por mi propia casa como si estuviese actuando en un teatro y me hubiese olvidado la letra de la obra. Podía sentir el peso en el cuerpo, la falta de aire. Me senté a comer el arroz atenta a los ruidos de Carmen. Cerró la ducha, se estaría secando, se habría vestido, iba a venir ahora.
Cuando vi que no venía, la fui a buscar. Dormía acurrucada, como un bebé, de espaldas a la puerta, con la luz encendida. Siempre que habíamos dormido juntas yo había tenido que quejarme por la falta de espacio. Carmen era de las personas que se desparraman en la cama para invadirla entera y siempre había preferido pasarme las piernas por encima y cruzarme un brazo por sobre la cara antes que ceder un solo centímetro de su territorio. Sólo un rato antes la sola idea de dormir con ella en la misma cama como cuando éramos chicas me había recordado la intimidad, las voces en la oscuridad, la tibieza de su cuerpo, pero esto también se desarmaba ahora. ¿Qué le había pasado desde la última vez que nos habíamos visto? Dejé de pensar en mi traición. Lo que fuera que le pasaba la había cambiado tanto que me era difícil reconocerla.
Me acosté a su lado y apagué la luz. Me acerqué para olerle el pelo. El calor de su cuerpo dormido me calmó y me fui abandonando al sueño al ritmo de su respiración.
Su grito me despertó apenas una hora después de habernos quedado dormidas. Estaba sentada en la cama con los ojos muy abiertos y la cara transfigurada. Cuando me senté, me miró como si no me conociera. Temblaba.
-No sabés –dijo.
La abracé. Por primera vez en mi vida me sentía más grande que ella, más fuerte. Le pregunté qué era lo que yo no sabía. No me contestó.
-¿Marito se fue a Santiago? –dije.
Ella negó con la cabeza y me quedé esperando que dijera algo más, pero se levantó y dijo que iba a buscar un vaso de agua. La seguí a la cocina. Por las ventanas del living entraba la luz blanquecina de la madrugada.
-¿Dónde está? –dije desde la puerta.
Ella estaba agachada frente a la heladera abierta buscando el agua y cuando se enderezó vi lo que no había visto antes. Carmen estaba embarazada.
Sentí que me vaciaba el cuerpo y me senté.¿Dónde estaba Marito? ¿Por qué ella estaba ahí, en mi casa embarazada? ¿Por quédormía acurrucada? ¿Por qué había gritado? No le pregunté nada, con unaclaridad abrumadora me di cuenta de que lo que fuera que yo no sabía erademasiado para mí. La abracé y la felicité y le pregunté para cuándo esperabaal bebé. Pero me costaba mirarla a los ojos. Tenía terror de que me contara loque hasta hacía un momento yo había querido saber.u
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Piedra, papel o tijera
Teen FictionAlma va todos los fines de semana, con sus padres, a su casa en el Tigre. Allí conoce a Carmen y a Marito, dos hermanos que viven con su abuela, en una casa sencilla. Las aventuras por el Delta, el despertar del amor y el fin de la inocencia los une...