Las primeras horas las pasé mirando el teléfono, levantando el tubo para ver si había tono. Tal vez en la llamada que había ido a hacer le habían dado una mala noticia, ya me iba ah avisar, era cuestión de tiempo. Me asomé al balcón varias veces. Hacía dos días que lloviznaba y la calle estaba vacía, el semáforo cambiaba de color para ningún auto y los colores se reflejaban en el pavimento mojado. A las tres de la mañana pasó un hombre corriendo, después nada. Tres veces bajé a la calle. Me imaginaba que él caminaba hacia mí y bajaba para verlo llegar, o para hacerlo venir, como si él no hubiera vuelto porque yo estaba ahí arriba y bajando pudiera atraerlo de vuelta. En una de mis incursiones a planta baja quise ir hasta la cabina de la calle Santa Fe, tal vez él todavía estuviera ahí. La posibilidad de que Marito hablara por teléfono durante dos horas era una idea absolutamente ridícula, pero de tanta desearla se me hacía factible. No fui. Había algo en los semáforos que cambiaban de color en el silencio, que me apretaba el corazón. La esquina de mi casa parecía de pronto hostil, hasta peligrosa. La sirena de un auto de policía me asustó tanto que volví a entrar al edificio y me quedé parada ahí, mirando la calle desierta a través del vidrio hasta que se me ocurrió que, si Marito me estaba llamando, no iba a encontrarme. La imposibilidad de estar en los dos lugares a la vez me hizo llorar; las explicaciones se disparaban al infinito.
Oí el teléfono desde el ascensor y entré acasa justo cuando dejó de sonar. Me quedé esperando que volviera a sonar hastael amanecer. Con los primeros sonidos de la calle me quedé dormida en elsillón, abrazada a mis rodillas, llorando.
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Piedra, papel o tijera
Teen FictionAlma va todos los fines de semana, con sus padres, a su casa en el Tigre. Allí conoce a Carmen y a Marito, dos hermanos que viven con su abuela, en una casa sencilla. Las aventuras por el Delta, el despertar del amor y el fin de la inocencia los une...