Capítulo 7

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Antes no habíatenido necesidad de mentirles a mis padres, pero a partir de entonces entendíque no podía pretender que apoyaran mi relación con Marito y mi vida sefragmentó: empecé a vivir en compartimentos aislados. Por un lado tenía elcolegio y las actividades que tenían que ver con los estudios, por el otro misfines de semana con Marito, y por otro, también distinto, mis encuentros con élen la ciudad. Nuestros encuentros en Buenos Aires se volvían difíciles,tirantes. A veces él iba a buscarme al colegio o nos encontrábamos en algunaparte y, a pesar de la alegría de vernos, terminábamos peleándonos por algunapavada. La tarde en La Giraldaparecía repetirse: me sentía juzgada, dejada de lado; Marito me decía que eramejor contármelo y yo quedaba una vez más del otro lado de la pared. Muchasveces terminaba pensando que mis padres y el Tordo tenían razón, que nuestrosmundos no se podían juntar, pero me bastaba llegar a la isla y ver a Marito enel muelle para que todas mis dudas desaparecieran. En la isla siempreretomábamos una manera de estar juntos que venía desde la infancia. Parecía quecualquier diferencia que tuviéramos, cualquier desencuentro, se podía resolvercon piedra, papel o tijera, nuestras manos escondidas un momento, armando lafigura que nos liberaría de cualquier discusión. Conversábamos de miles decosas, planeábamos viajes, salíamos a remar por los riachos y encendíamosfuegos en la isla del medio. Nos reíamos mucho. Y nos gustábamos. Nuestrosbesos, la forma en que nos buscábamos con el cuerpo, tenía una fuerza queborraba cualquier diferencia. Marito empezó a enseñarme a tocar la guitarra yescribíamos letras de canciones y poemas; él me daba libros para leer y por élconocí a Miguel Hernández y a Lorca y a Nazim Hikmet. En el colegio, las chicasescuchaban a James Taylor, a Crosby Stills Nash – Young, a América y a DavidGates. Con Marito conocí a Spinetta, a Charlie García, a Violeta Parra, a LosOlimareños. Él me hacía escuchar las letras de las canciones y me hablaba deuna realidad que él, en esos m omentos, llamaba "nuestra". Yo entonces lementía para no sentirme sola. No podía decirle que para mí no había unarealidad "nuestra" que no fuera nuestros días en la isla, los besos, el airefrío y húmedo de su taller, las caminatas por la orilla, el olor metálico delbarro, su cara y su boca y su cuerpo, y también esos secretos que tenía aunqueno quisiera hablarme de ellos. Pero a su lado me sentía desorientada odesenfocada. Ni siquiera estaba muy segura de querer realmente ir a lafacultad. Quería escribir, quería viajar, conocer gente, sentirme menos sola,quería que él me amara y estar juntos, pero no podía sentirme parte de nada.Todos los demás a mí alrededor pertenecían a algo, a un grupo, a una manera depensar que compartían con otros, tenían pares, lugares de pertenencia; yoestaba sola. A todos les ocultaba algo, porque yo era un montón de fragmentosque no se unían, y en todas partes tenía la sensación de estar y no estar.Había un solo lugar en el que me sentía entera: en la isla. Y porque Maritoestaba conmigo, yo sabía que él era el único que me conocía entera, tal como yoera cuando no tenía necesidad de mentir.

Piedra, papel o tijeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora