La idea me vino a la cabeza al día siguiente del velorio, en medio del recreo de la mañana. Si me rateaba al mediodía podía ir a lo del padre de Marito y estar de vuelta para la hora de la salida. Papá y mamá me iban a buscar para ir a la isla y la sola idea de pasarme el fin de semana en la isla sola con ellos sin haber hablado antes con el padre de Marito me parecía una pesadilla. Tenía que saber qué le había pasado a Marito, dónde estaba, tenía que encontrar la manera de avisarle que se había muerto su tío. A veces es necesario engañarse para poder actuar. Si yo me hubiese reconocido a mí misma lo que realmente quería saber, es posible que el miedo me hubiera paralizado.
Me escapé del colegio mezclándome con las chicas que salían a almorzar y en la primera esquina salí corriendo hasta la avenida. Ni siquiera estaba muy segura de cuál era el colectivo que me llevaba, pero no tardé en ver uno con un cartel que decía Tigre. Estaba casi vacío.
Las calles del barrio de Marito no parecían las mismas que las de la otra vez. El sol calentaba las veredas, y la música y las voces de radios encendidas llenaban la calle de sonidos. Un hombre trabajaba en su jardín con un cepillo de carpintero. La viruta dorada saltaba en el aire y el olor picante y dulce de la madera flotaba en la calle frente a su casa. Me sonrió y el perrito a su lado movió la cola. Había que ser ciega para insistir, con la angustia que me comía por dentro. Tenía que dejar de pensar en la muerte del Tordo, tenía que dejar de pensar que algo malo le había pasado a Marito. Seguro que ya había vuelto de Santiago. Me iba a abrir la puerta de su casa y se iba a sorprender mucho, pero verme así, de golpe, iba a ser que se diera cuenta de que amaba. ¿Cómo era la frase? ¿El corazón tiene razones que la razón no entiende? Él abría la puerta y yo lo abrazaba. Esa era la imagen que yo elegí repetir en m i cabeza una y otra vez mientras caminaba por la calle hacia su casa. El abrazo. Su cuerpo y el mío. Una y otra vez. El corredor descascarado me bajó un poco los ánimos. Sin tocar el timbre, empujé la puerta de alambre que golpeaba contra el marco y fui directamente hasta la ventana. La casa estaba a oscuras. Golpeé el vidrio y , sin esperar , golpeé la puerta. Escuché un ruido en la casa de los vecinos a mis espaldas y, un momento después, el idiota asomó la cabeza por sobre la pared baja que separaba el corredor y el jardín de su casa.
-No te va a abrir. –dijo.
Volví a golpear la puerta.
-No te va a abrir porque está cagado de miedo
-dijo el idiota y se rió con una risa nasal.
Golpeé el vidrio y me asomé. La puerta por la que lo había visto salir la otra vez estaba cerrada.
-Soy amiga de Marito-grité
-Yo también-dijo el idiota-.Tengo su zapatilla.
-Callate.
-No me callo nada.
Me dieron ganas de pegarle.
-Ábrame por favor-grité
Golpeé otra vez la puerta, con todas mis fuerzas, y la sentí ceder. Estaba sin llave.
-No podés entrar a una casa que no es la tuya –dijo el idiota.
No le hice caso. La puerta que se veía desde la ventana daba a una cocina. Hacía frio y la bombita colgando del techo iluminaba las paredes manchadas , una pileta llena de platos sucios apilados , varias sillas , una con el respaldo roto; sobre una mesa de madera que alguna vez había sido roja, un pan mordido , migas ,una damajuana de vino tinto y un vaso por la mitad. El olor a humedad y a ollas sucias era insoportable.
Un pasillo oscuro llevaba al fondo de la casa. Empecé a avanzar en la oscuridad cuando el sonido de una puerta más adelante en le pasillo me detuvo.
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Piedra, papel o tijera
Teen FictionAlma va todos los fines de semana, con sus padres, a su casa en el Tigre. Allí conoce a Carmen y a Marito, dos hermanos que viven con su abuela, en una casa sencilla. Las aventuras por el Delta, el despertar del amor y el fin de la inocencia los une...