Capítulo 5

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El llamado de Federico ese jueves me tomó totalmente por sorpresa. Era para invitarme a una fiesta en San Isidro al día siguiente. Yo no tenía ganas de ir; pero a la vez me sentí halagada y me escuché a mí misma aceptando la invitación como si todavía fuera esa que había sido dos años atrás, la que pasaba las fiestas parada contra la pared, anhelando que Federico o cualquiera de sus amigos se acercara a sacarla a bailar.

Me pasó a buscar en el auto de su papá. Lucila y Antonio iban en el asiento de atrás y en el viaje Federico y Antonio discutieron porque Federico no había aceptado un ofrecimiento del padre para estudiar en los Estados Unidos.

-Dios le da pan al que no tiene dientes –dijo Antonio.

Federico lo acusó de envidioso. No tenía ganas de estudiar, bastante lo habían perseguido para que terminara el bachillerato; su tío se estaba llenando de plata en una cueva y lo había invitado a trabajar con él.

-Para eso no hay que estudiar. Hay que tener algo acá –dijo tocándose la sien.

Antonio no estaba de acuerdo. Ganar plata así, para él, era lo mismo que jugar en el casino y era ilegal.

-¿Qué ilegal ni ilegal? –dijo Federico-. Es lo único que se puede hacer para tener guita en este país.

Me preguntaron qué iba a estudiar yo.

-Letras –dije.

-Filosofía y Letras-dijo Federico.

- No. Letras. La facultad es la de Filosofía y Letras, pero son dos carreras separadas.

- ¿Y vas a empezar por la "A"? –dijo Federico.

Se rió como si acabara de hacer el mejor chiste de su vida.

Manejaba rápido. A la altura de Acassuso empezó a pasarse los semáforos en rojo. Yo, que me había arrepentido de ir en el minuto en que colgué el teléfono, empecé a desear que la noche pasara lo antes posible.

La fiesta era en una casa sobre el río. Un ventanal daba a la barranca y a lo lejos se veían las lucecitas de las boyas y de algunas chatas. Había mucha gente reunida en grupos con vasos de vino en la mano, sentada en los sillones, algunos estaban conversando en una galería del otro lado del ventanal. La música sonaba fuerte y en el comedor, dividido del living por unas puertas corredizas, había una gran mesa con fuentes de fiambres, panes de diferentes tamaños y salsas, para hacerse sándwiches. En otra mesa larga contra la pared había botellas de vino y baldes de hielo con cerveza. La dueña de la casa era una flaca pálida y muy maquillada que estudiaba Derecho con Antonio. Vino a recibirnos colgada del brazo de un novio que me puso la mano en la nuca cuando me saludó.

-Esta fiesta mata mil- dijo Lucila mientras se preparaba un sándwich-, las nuestras, al lado, parecen de jardín de infantes.

Era verdad que todos eran más grandes que nosotras y que, aunque yo había dejado de ir a las fiestas que organizaban mis compañeras, ésta tenía un aire más distendido y más libre que las que yo recordaba. Federico me alcanzó un vaso de vino y lo acepté. Nunca había tomado en una fiesta.

Cuando terminé el vaso, las voces habían subido de volumen y, contra una biblioteca con libros encuadernados en cuero y portarretratos de plata con fotos de la familia, un grupo de invitados se había puesto a bailar.

Antonio propuso que bailáramos y Federico me llenó el vaso otra vez. Yo no quería tomar más. Cuando nos acercamos a la biblioteca apoyé el vaso en un estante. Por primera vez estaba en una fiesta acompañada y en lo único que podía pensar era en Marito. Me parecía que nunca en mi vida lo había extrañado así. Bailaba sin ganas y trataba de disimular mi incomodidad, pero no podía sonreírle a Federico cuando se acercaba y abría los brazos frente a mí; no me sentía capaz de seguirle el juego. A nuestro lado Antonio y Lucila hacían pasitos graciosos, imitaban a John Travolta con el brazo estirado frente a ellos y nos apuntaban con el índice riéndose. Tomé más vino para ver si lograba soltarme, unirme a ellos. Federico no dejaba de mirarme y yo imaginaba que estaría pensando que era aburrida, que con razón nunca nadie me había sacado a bailar.

Piedra, papel o tijeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora