Mamá fue la primera en salir. Tenía tres valijas en el carrito y dos bolsos que no había podido cerrar de tan llenos que venían. Papá la seguía con dos valijas y una montaña de camperas, a pesar de que en Miami no hacía frío y en Buenos Aires el invierno se estaba acabando. Los dos creyeron que yo lloraba por lo mucho que los había extrañado y se reían en el viaje de vuelta atropellándose para contarme su maravilloso viaje. Vistos de afuera éramos felices, nadie podía saber que yo quería gritarles para que se callaran, no podía soportar su alegría y a la vez quería meterme en ella, ser parte de ella, dejar todo lo demás afuera de ese auto.
-Los precios –decía mamá y lo repetía a cada rato como si a mí me fuera a cambiar la vida el hecho de que en Miami se pudiera comprar todo a mitad de precio. Se le dio por hacerme la lista de ropa que había comprado, y cada tanto repetía que todo, absolutamente todo lo que se había comprado, y cada tanto repetía que todo, absolutamente todo lo que se había comprado, era talle ocho, que al final ni siquiera se tenía que probar las cosas de los exactos que eran los talles. No me iba a contar lo que me habían comprado a mí hasta que lo viera con mis propios ojos. Y a mí la curiosidad por ver la ropa se me empezó a mezclar con los últimos días y era tan fácil de pronto estar en ese auto con mis padres hablando de Miami, de las ofertas, de las playas y los restoranes, de los barcos amarrados en los muelles de Key Biscaine. Esas eran las cosas que siempre habían tranquilizado a mi madre, las cosas que mi padre sabía que la hacían feliz, las cosas que llenaban nuestra vida.
No les cayó bien que Carmen estuviera en casa. Quisieron saber por qué no tenía otro lugar donde quedarse, pero yo no tenía una respuesta y tuve que pedirles que se pusieran en mi lugar. ¿Le hubieran dicho que no, acaso? Estaba embarazada y me había pedido que la alojara.
-Ella tiene familia –dijo mamá-. ¿O el marido la dejó?
-¿Cuánto tiempo piensa quedarse? –dijo papá.
Tampoco podía contestarles eso.
El diálogo empañó un poco los ánimos, pero ya estábamos llegando y supongo que decidieron mantener el espíritu de la llegada.
-Será por un par de días –le dijo papá a mamáy le palmeó la pierna, y ella suspiró y se puso a preguntarme por el colegio.No quise decirle que había faltado. Le iban a echar la culpa a Carmen y ella notenía nada que ver. Era imposible explicarles nada. Habíamos dejado de vivir enel mismo mundo.
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Piedra, papel o tijera
Teen FictionAlma va todos los fines de semana, con sus padres, a su casa en el Tigre. Allí conoce a Carmen y a Marito, dos hermanos que viven con su abuela, en una casa sencilla. Las aventuras por el Delta, el despertar del amor y el fin de la inocencia los une...