Distancias...

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Me sumerjo en aquel beso que hace días ruego por tener; sus labios tan tentadores y seductores me llaman a la locura. He sido un maldito cazador, acechándola en silencio y con astucia, esperando el momento por el que caiga en mis brazos.

Siento sus manos enredarse en mi corto cabello, atrayéndome a ella; no me niego.

Al darme cuenta de lo que estoy haciendo, después de unos leves minutos, me separo suavemente de sus labios, con mi respiración totalmente agitada; la de ella está igual o peor. Pego mi frente a la suya, negando en silencio, mirándola con remordimiento.

- ¿Qué estoy haciendo? - Veo que frunce su ceño.

- ¿De qué hablas? - Me separo un poco de ella y observo su bello rostro en silencio por unos segundos. Sé que, lo que diré, le dolerá.

- Esto no es correcto. Eres totalmente prohibida para mí; soy tu protector. No puedo dejar que pase de ahí.

Veo el dolor posarse en sus bellos ojos y me suelta, mordiendo su labio inferior. Tomo su rostro entre mis manos, haciendo que me mire, y aunque pone fuerza para separarse, no la dejo.

- Lo siento. No quise que sonara tan mal. - Ella medio sonríe y niega un poco dolida.

- No te disculpes. Fui igual de culpable. - Niego e intento acercarme a ella pero me detiene. - Si quieres mantenerlo profesional, será mejor que empecemos. Soy tu trabajo, Jonathan, y entiendo que no pueda pasar de ahí.

Quita mis manos de su rostro y se levanta de la cama, dejándome, a mí, sentado, dirigiéndose al baño; quiero quedarme pero la veo detenerse en la puerta y hablar a un tono suave, que logro escuchar.

- Quisiera estar sola. - Asiento sin que me mire, levantándome de la cama, saliendo de la habitación.

Bajo las escaleras con rapidez, llegando a la sala, caminando de un lado a otro, pasando mis manos por mi rostro, repetidas veces, intentando hallar paz interior pero, ¿a quién engaño? Me siento fatal por lo que dije, sin sentirlo en realidad.

No quiero mantener las distancias, no quiero alejarla de mí.

Me doy cuenta que necesito salir de aquí, así que abro la puerta de la casa, corriendo a la camioneta. Los de seguridad preguntan si estoy bien, a lo que respondo que sí y que deben estar pendientes de ella mientras yo no esté. Asienten en silencio y yo subo a la camioneta, arrancando hacia las oficinas.

Al llegar, estaciono la camioneta en el sótano, y subo al ascensor, conocedor de cuál es mi verdadero destino; al llegar a mi piso, salgo de los ascensores, dirigiéndome a la sala de práctica.

Al entrar a ella, agradezco la soledad; cierro la puerta y me quito los zapatos, colocando mi cuerpo en posición de ataque frente al saco de boxeo. Empiezo a dar golpes a aquella bolsa, pero siento que el jean me estorba y ni hablemos del suéter.

Miro en uno de mis casilleros, buscando algo qué ponerme, logrando hallar una pantaloneta negra junto a un esqueleto, negro también. Me los coloco con rapidez, queriendo desahogar la frustración que siento; al estar listo, vuelvo a lo mío, golpeando aquel saco sin descanso, dejando que el enojo y la frustración salgan de mi organismo.

Con cada golpe que doy, me siento peor. ¿No debería mejorar? ¿No debería sentirme más libre? Como no veo resultado, sigo golpeando aquella bolsa sin detenerme, sin siquiera interesarme en el tiempo.

- Vaya, la frustración te está acabando. - Me detengo al escuchar la voz de mi amigo, y lo observo con cansancio, pero no físico. - ¿Qué sucede, Jon?

Niego, volviendo a lo mío. Mis golpes no disminuyen, van aumentando conforme pasan los segundos. Zachary se hace detrás de aquel saco de boxeo, mirándome de brazos cruzados.

Cercanías Peligrosas (COMPLETA Y CORREGIDA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora