V: ENTRENAMIENTO

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Naruto

El primer día en el que los rayos del sol aun no salían fue el peor de todos aquellos que se aproximaban.

El rubio, después de no dormir nada en toda la noche por estar pensando en cómo hablar con su Amo sobre su estadía ahí, cerró sus ojos por unos segundos, estaba a nada de quedarse dormido, sin embargo un par de Guardias lo levantaron de golpe y sin que él pudiera espetar cualquier cosa.

Iba adormilado, confundido y mirando de reojo como hacían lo mismo con sus compañeros de celda. Llevaron a todos a la arena y los colocaron junto a los demás hombres en una fila.

Doctore los mira como si fuesen poca cosa, lo eran, pero nadie quería admitirlo en voz alta.

—Tomen ese tablón de madera, colóquenselo en la nuca y den vueltas en círculos hasta que yo lo diga—demandó Agron, haciendo silbar su látigo entre el viento mañanero—. ¡Ya!

Y todos los hombres lo obedecen sin decir una palabra.

Los tablones de madera son de un metro y medio, mientras que su peso es mayor a los 20 kilos, todos se lo colocan en la nuca a la vez que sus brazos lo rodean como si se estuvieran crucificando a ellos mismos, algunos hombres se quejan, menos el chico de sonrisa lobuna y Naruto.

Los rayos del sol lentamente se fueron intensificando a tal punto que fueron imposibles de soportar

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Los rayos del sol lentamente se fueron intensificando a tal punto que fueron imposibles de soportar.

Naruto rogaba sentarse y tirarse a la tierra para descansar un poco, su boca pedía a gritos un poco de agua y su estómago comida; de reojo pudo ver a los Gladiadores de aquella Ludus llegar poco a poco como también risas y apuestas.

Agron apareció y sonrió al verlos sudados e implorando por agua.

—Coman—dijo, alto y claro—. Pueden retirarse. Más tarde entrenaremos todos.

Todos los hombres novatos tiran los tablones de madera al mismo tiempo con felicidad y descanso a sus hombros raspados y sangrantes.

Naruto se deja caer a la arena, se quita con su palma el sudor de su frente y enarca una ceja cuando siente algo pegarle en su hombro derecho, mira sobre sus hombros y se encuentra al joven de sonrisa lobuna tendiéndole un cuenco con agua.

—Gracias—musitó él, tomando el cuenco con un poco de desconfianza y observando de reojo como el chico se siente a su lado.

El rubio bebe el agua y le dio gracias a los Dioses por esa sensación.

—¿Cómo te llamas?—Cuestionó el castaño mirándolo de frente—. Sé que me estoy comportando como un acosador, pero tú eres joven, hasta podría jurar que tenemos la misma edad, y, ya sabes, los demás son viejos y amargados, y no quisiera ser de la misma manera que ellos.

El rubio suelta una risilla cuando un recuerdo de su niñez asalta su memoria: él siempre ha sido serio estando con otras personas, no obstante era un chiquillo revoltoso con sus esclavos, haciendo y desasiendo a su antojo, no tenía amigos gracias a que solo se enfocaba en estar con su Padre o más bien aprender todo lo que pudiera de él.

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