39: Perritos y una planta estranguladora

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Tras la cena, los cuatro nos sentamos en la sala común, lejos de todos. Nadie nos molestó: después de todo, ninguno de los de Gryffindor hablaba con Harry,
pero ésa fue la primera noche que no importó. Hermione revisaba sus apuntes, confiando en encontrar algunos de los encantamientos que deberían conjurar. Harry y Ron no hablaban mucho. Ambos pensaban en lo que harían. Yo trataba de repasar los encantamientos y transformaciones porque era buena en eso, pero mi mente se desviaba a mi abuelo Newt, él habia sido expulsado de Hogwarts y sé que como él sabía cómo yo era, el rezaba cada día para que no hiciera nada malo que me expulsaran, pero expulsarme de Hogwarts comparado con el regreso de Voldemort era un pequeño precio que pagar.
Poco a poco, la sala se fue vaciando y todos se fueron a acostar, hasta que quedamos nosotros.
—Será mejor que vayas a buscar la capa —murmuré a Harry, mientras Lee Jordan finalmente se iba, bostezando y desperezándose. Harry corrió por las escaleras hasta su dormitorio oscuro.
Cuando Harry volvió tenía la capa y una flauta en la otra mano.
—Es mejor que nos pongamos la capa aquí y nos aseguremos de que nos cubra a los cuatro... si Filch descubre a uno de nuestros pies andando solo por ahí...
—¿Qué vais a hacer? —dijo una voz desde un rincón. Neville apareció detrás de un sillón, aferrado al sapo Trevor, que parecía haber intentado otro viaje a la libertad. Pobrecito.
—Nada, Neville, nada —dijo Harry, escondiendo la capa detrás de la espalda.
Neville observó nuestras caras de culpabilidad, mientras yo movia mi pie nerviosamente haciendo un constante tap.
—Vais a salir de nuevo —dijo.
—No, no, no —dije
—No, no haremos nada- aseguro Hermione- ¿Por qué no te vas a la cama, Neville?
Harry miró al reloj de pie que había al lado de la puerta. No podíamos perder más tiempo, Snape ya debía de estar haciendo dormir a Fluffy .
—No podéis iros —insistió Neville—. Os volverán a atrapar. Gryffindor tendrá más problemas.
—Tú no lo entiendes —dijo Harry—. Esto es importante.
Pero era evidente que Neville haría algo desesperado.
—No dejaré que lo hagáis —dijo, corriendo a ponerse frente al agujero del retrato—. ¡Voy... voy a pelear con vosotros!
—¡Neville! —estalló Ron—. ¡Apártate de ese agujero y no seas idiota!
—¡No me llames idiota! —dijo Neville—. ¡No me parece bien que sigáis faltando a las reglas! ¡Y tú fuiste el que me dijo que hiciera frente a la gente!
—Sí, pero no a nosotros —dijo irritado Ron—. Neville, no sabes lo que estás haciendo.
Dio un paso hacia Neville y el chico dejó caer al sapo Trevor, que desapareció de la vista.
—¡Ven entonces, intenta pegarme! —dijo Neville, levantando los puños—. ¡Estoy listo!
Me volví hacia Hermione.
—Haz algo —dije a Hermione, no queria hacerle daño a Neville, y esta dio un paso adelante.
—Neville —dijo—, de verdad, siento mucho, mucho, esto. Levantó la varita.
—¡Petrificus totalus! —gritó, señalando a Neville.
Los brazos de Neville se pegaron a su cuerpo. Sus piernas se juntaron. Todo el cuerpo se le puso rígido, se balanceó y luego cayó bocabajo, rígido como un tronco.
Hermione corrió a darle la vuelta. Neville tenía la mandíbula rígida y no podía hablar. Sólo sus ojos se movían, mirándonos horrorizado.
—¿Qué le has hecho? —susurramos Harry y yo.
—Es la Inmovilización Total —dijo Hermione angustiada—. Oh, Neville, lo siento tanto...
—Lo comprenderás después, Neville —dijo Ron, mientras nos alejábamos para cubrirnos con la capa invisible.
Pero dejar a Neville inmóvil en el suelo no parecía un buen augurio. En aquel estado de nervios, cada sombra de una estatua parecía que era Filch, y cada silbido lejano del viento parecía Peeves que nos perseguía y nos iba a delatar
Al pie de la primera escalera no supe como, pero con mis dos manos, pare a todos de la mano ya que divise a la Señora Norris.
—Oh, vamos a darle una patada, sólo una vez —murmure en el oído de Harry, hasta le hice ojos de cachorrito que siempre le hago a mi tía Tina pero negó con la cabeza. Mientras pasabamos con cuidado al lado de la gata, ésta volvió la cabeza con sus ojos como linternas, pero no nos vio y senti mi pie inquieto.
No nos encontramos con nadie más, hasta que llegamos a la escalera que iba al tercer piso. Peeves estaba flotando a mitad de camino, aflojando la alfombra para que la gente tropezara.
—¿Quién anda por ahí? —dijo súbitamente, mientras subíamos hacia él. Entornó sus malignos ojos negros—. Sé que estáis aquí, aunque no pueda veros. ¿Aparecidos, fantasmas o estudiantillos detestables?
Se elevó en el aire y flotó, mirándonos de soslayo.
—Llamaré a Filch, debo hacerlo, si algo anda por ahí y es invisible.
—Peeves —dijo Harry subitamente en un ronco susurró lo que me hizo verlo con una ceja alzada—, el Barón Sanguinario tiene sus propias razones para ser invisible.
Peeves casi se cayó del aire de la impresión. Se sostuvo a tiempo y quedó a unos centímetros de la escalera.
—Lo siento mucho, sanguinaria señoría —dijo en tono meloso—. Fue por mi culpa, ha sido una equivocación... no lo vi... por supuesto que no, usted es invisible, perdone al viejo Peeves por su broma, señor.
—Tengo asuntos aquí, Peeves —gruñó Harry—. Manténte lejos de este lugar esta noche.
—Lo haré, señoría, desde luego que lo haré —dijo Peeves, elevándose otra vez en el aire—. Espero que los asuntos del señor barón salgan a pedir de boca, yo no lo molestaré.
Y desapareció.
—¡Genial, Harry! —susurró Ron.
— La proxima vez quiero ser yo-susurre

Laila Scamander y La Piedra FilosofalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora