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La cama de mi pequeña habitación se convertía en el único lugar que creía seguro en esta casa.

Las lágrimas caían de mis ojos sin parar ante la oscuridad de la estancia.

Dediqué todo mi tiempo a callar mis sollozos, evitando sentirme más patética sabiendo que había roto -de nuevo- la promesa que mantuve con la yo de hace algunos días de no llorar por temas tan absurdos como unas simples palabras.

Llevé las manos a mis ojos, secando mis lágrimas con ira y angustia.

No tenía que estar llorando.

No ahora que se supone que todo está bien.

Me apresuré a coger los auriculares blancos sobre la pila de ropa al lado de la cama, con necesidad. Lo desenredé mordiendo mi labio inferior sin procurar hacerme daño.

Lo conecté a mi móvil con poca carga y abrí la lista de reproducción que tenía como nombre una cara feliz.

Le subí el volumen y volví a recostarme sobre las sábanas mal puestas de mi cama.

No tenía por qué estar soportando esto.

Había leído muchas historias de amor, creyendo que si encontraba la mía pondría fin a toda la mierda que estaba viviendo.

Pero ahora que tenía a Namjoon se me hacía ridículo contarle que mi madre seguía golpeandome como una cría de cinco años, que había oído tantos insultos de sus labios que ya no me importaba los que susurraban a mis espaldas, que no había elegido sentirme tan insegura conmigo por elección propia, porque cada vez que oía a las madre de mis amigas decirles que eran lindas para ellas me hacía recordar todas las veces que la mía no había dudado en decirme que no importaba si me golpeaba una vez más, lo horrible nadie me lo cambiaría.

Lloré hasta dejar la almohada de rayas negras mojada bajo mi rostro.

No tenía por qué estar pasando por algo así.

No entendía el modo de pensar de mi madre, si es que podía llamarla así.

Yo tenía la palabra "basura" marcada sobre la frente para ella, yo no valía nada pero era un buen pasatiempo para saciar su rabia.

Quería pensar que ella había pasado por cosas peores, porque inconscientemente buscaba una excusa para su odio hacia mi persona, porque quería seguir creyendo que nadie iba a quererme más que ella y que tenía una justificación para esto.

Pero mientras más lo pensaba, más crecía el resentimiento en mi cabeza.

Había contestado tantas veces sus insultos y humillaciones que me creía invencible, y ya no sabía si en realidad necesitase a alguien más para sentirme bien sobre todo lo que pensaba.

Porque sabía que estaba jodida por dentro, y eso no iba a cambiar aunque encontrase a un príncipe azul.

Todos mis complejos los había creado yo, todas mis inseguridades eran resultado de una niña carente de seguridad y atención en casa, que buscaba la aceptación en brazos de personas que habían tenido la vida más simple que la mía, que no tenían que soportar humillaciones constantes que parecían lo más ridículo que podría imaginar.

Porque había pasado por años de porquería que no iban a cambiar en nada con alguien más al lado.

Porque tal vez sólo rezaba por encontrar una historia como las que leía en la oscuridad todas las noches para sentirme a gusto con la vida que me había tocado vivir.

O simplemente armaba otra conmigo de protagonista, creando situaciones trágicas en mi cabeza para alzar mi percepción de superioridad sobre los demás, porque sí, parte de mí creía que era mucho más fuerte que mi compañera que lloraba porque no conseguía unas zapatillas caras de sus padres, porque creía que era mucho más útil que aquella compañera que aún necesitaba a su madre para que lave su ropa o por aquella que no había estudiado porque tendría que salir con su novio y no por haber llorado hasta quedarse dormida.

mono; knjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora