十七

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Me encontré a mí misma frecuentando aquel local en el que tantas veces había estado, pero el sentimiento que transmitía esta vez era diferente.

Hoy no había ninguna batalla de rap, el escenario se sumía en una serena oscuridad, la música se mantenía al margen, la gente se encontraba dispersa en sus asientos, como si fuese una tregua pactada.

Por primera vez no me sentía una intrusa, aquel lugar fue el primero que saltó a mi mente en cuanto quise escapar de los gritos en casa.

Kyungsoo no estaba de turno hoy, y agradecí por ello.

Con aquella camiseta negra, los pantalones deportivos y el cabello suelto tras las orejas tomé asiento en las butacas altas de la barra.

El ambiente sombrío se sentía acogedor, extrañamente familiar, y el muchacho de cabellos castaños apareció pronto para repasar en mí, posando ambas manos a cada lado de su menudo cuerpo.

—¿Qué te sirvo?— su voz aterciopelada resaltó sobre el ruidoso silencio. Levanté la mirada y observé su rostro apacible, con la ceja levantada y una mueca divertida en los labios. Le ignoré y vacilé con la idea de pedir solo agua, me parecía un poco absurda la idea de beber para distraerme de la realidad pero parecía ser una opción tentadora.— ¿Y a ti, amigo?

Tras mi silencio dirigió el rostro a mi diestra, seguí el trayecto de su mentón hacia el muchacho de cabellos negruzcos a mi lado. Menudo y pálido, con vestimenta negra y la nariz pequeña.

Reí por lo bajo, porque parecía ser una versión mía pero del sexo opuesto. Él no habló, sacándole un bufido al muchacho tras la barra.

Traeme vodka— sonrió ante mi voz. Grave, decidida y cansada, así había sonado, volvió tras sus pasos, con un vaso de shots y una botella cuadrada en manos. Colocó ambos frente a mí, casi divertido de mi mirada estoica.

Lo llenó luego de negar levemente con la cabeza, alargando el brazo para dejar aquel líquido transparente frente a mí, desprendiendo un fuerte olor que presagiaba una mala decisión y una fuerte recasa para el día siguiente.

Y sin más lo llevé a mis labios, sin dudar ni un segundo, aguantando las ganas de toser y saboreando el gusto amargo que dejó tras su paso.

Con la garganta ardiendo y mi cabeza alarmada por lo que estaba haciendo, le volví a dirigir la mirada algo petulante.

Déjame la botella.— traté de no bufar ante su mueca de soslayo, parecía querer reírse de mí y aquello me descolocó en sobremanera.

—¿Estaría bien si lo hago?— pero ahora sonaba coqueto, sus labios se curvaron en una sonrisa soncarrona y su cuerpo se inclinó en mi dirección. Tomé otro shot, dejando el vaso entre ambos con fuerza, logrando que su cuerpo vuelva hacia atrás y, aún sonriente, volvió a tomar la palabra.— ¿Tu novio sabe que estás acá?

¿Novio?

No conocía de nada a ese chico pero él parecía conocerme, no me pareció extraño, siempre venía acompañada de Namjoon. No hice el más mínimo esfuerzo en recordalo, ni siquiera en responderle.

Me había creado un nudo en la garganta que traté de diluir con la bebida, sientiendo mis manos cosquillear y mi cuerpo más ligero. No tenía ni idea si tenía algo como un novio, no sabía hasta el momento qué fue lo que Namjoon y yo habíamos tenido, pero estaba segura que aquello había terminado hace mucho tiempo atrás.

Bajo su mirada cargada de interés llené el vaso, sin siquiera volver a dirigirle la mirada.

Namjoon se enojaría contigo si se entera que estás acá tomando sola, ¿No crees?—  altivo y venenoso, habló, con los ojos chispeando y los labios torcidos. El muchacho a mi lado giró el rostro y por inercia le devolví la mirada. Sus ojos pequeños revoloteaban curiosos, con los cabellos peinados hacia abajo y la mandíbula marcadísima.

No te conozco de nada, no vengas a hablarme como si fuesemos amigos de toda la vida.— solté con hastío, ya ni siquiera levanté el rostro para ver su reacción, pero su cuerpo seguía allí, sin moverse ni un solo centímetro.— Me estás molestando, te pido que te retires, por favor.

Y mi voz se apagó, tan pronto como aquella voz rasposa y grave pidió una botella de soju y el calmo ambiente volvía a la normalidad.

Sin apuros, tomé cada vaso que servía hasta olvidar por qué salí de casa, mi familia, los estudios y mi propia existencia.

Dejé un billete sobre la barra y me levanté arrastrando la silla, con los pasos firmes y la cabeza dando vueltas, dirigí mi cuerpo hacía la salida.

Sin mirar atrás, sin amilanarme bajo las miradas feroces que ganaba en el camino.

Con las manos en los bolsillos y los ojos vidriosos caminé sin rumbo, aquella madrugada el sentimiento que me inundaba era diferente.

Yo me sentía diferente.

Y solo con las luces de los faroles y el frío desolador caminé en silencio, sin tomar en cuenta el peligro que siempre había significado el salir de casa tarde y sola.

Pero las sentí mías, las calles, el cielo, las brisas. Sentía que poseía el silencio y la oscuridad de Seúl, porque no tenía nada y a la vez lo tenía todo.

Por un segundo olvidé hasta mi nombre, entre cada paso que daba pude olvidar mis tristezas, y, sin controlar mis acciones, tomé el móvil entre las manos heladas y abrí los mensajes, llegando a la conversación inconclusa con mi hermano en la que peleabamos por el almuerzo de un lunes que ahora se veía tan lejano.

El ambiente se rompió con una silueta lejana, un cuerpo delgado y masculino se mostró bajo la penumbra. Sin embargo, mi cuerpo no se movió, mis lágrimas no dejaron de caer y mi cabeza no dejó de dar vueltas.

Pude ver sus cabellos negros a lo lejos, sus ropas negras y su nariz respingada, era el muchacho del bar, pero su presencia no me parecía un peligro.

No sabía cuánto tiempo nos quedamos en silencio, repasando en la figura del otro, pero me levanté de aquella banca de madera y volví a caminar sin rumbo.

Con el cielo oscuro y la temperatura descendiendo oí sus pasos por varios minutos, como si estuviera seguiendome.

Con la poca lucidez que poseía eché a correr, sin tomar un descanso y con el viento secando el rastro de llanto de mi rostro, volví a encontrar el camino a casa.

Pero me mantuve allí, fuera de esta, con la mirada fija en la puerta de entrada.

Había llegado a casa de Namjoon.

Inconscientemente.

Aún lo extrañaba, sus besos, sus caricias, su voz, sus ojos. A él.
Lo extrañaba a él, al Namjoon de mirada tierna y sonrisa ancha, al que sostenía mi mano y buscaba su propio camino.

Lo había perdido.

Y no me atreví a tocar su puerta, porque él ya no me necesitaba, lo había dejado en cuanto desapareció sin más tras comenzar sus días de trainee.

Así que volví tras mis pasos, con la mirada baja y recuperando el aliento.

Allí fue que lo perdí, a él, a mí y a los recueros que habíamos construido.

Tenía que olvidarlo. Porque él parecía haberme borrado de su vida.

Pero, ¿Por qué no podía hacerlo?

¿Por qué no podía dejarlo de lado?

¿Por qué no podía dejar de amarlo?

Ah, Naeun, eres un completo desastre.

mono; knjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora