Los días en la escuela se volvían cada vez más efímeros. No los sentía siquiera, recordaba levantarme de la cama y fijarme que ya era fin de semana, una y otra vez, hasta casi olvidar las comidas diarias, el maquillaje para ocultar mis ojeras y las llaves de la casa.
Para aquel viernes había llegado al bar de siempre, que ahora atesoraba un pedazo de mi alma entre la oscuridad del lugar y el vitoreo del público.
¿Cómo podría olvidar ese viernes?
Sentada en las butacas altas me acompañaba el moderado estruendo de la presentación de algunos raperos de la zona, algunos a los que no les había prestado la más mínima atención tiempo atrás y ahora llenaban mis noches.
Peiné mi cabello con los dedos, desenredando la maraña que traía hoy, y era a causa de gastar el día entero fuera de casa. Traté de no descuidar mis calificaciones, así que me concentraba en no hablar con mucha gente en clases para no distraerme y en especial porque todos sabían que Kim estaba en entrenamiento -por sus constantes faltas- y que lo nuestro no había funcionado.
Hasta ese momento no me había fijado en lo mucho que me incomodaba la gente, los murmullos, las miradas; en especial las de pena. No podía sentirme tranquila en aquel lugar, así que hacía lo posible por llegar a la biblioteca y leer hasta sentirme desfallecer. Allí era cuando tomaba algun té o golosina y daba un paseo en bicicleta a ningún lugar en específico.
Descubrí que disfrutaba la soledad, el silencio, las brisas de las seis de la tarde y la garúa de otoño. Estaba descubriendo nuevas cosas sobre mí, y eso, en parte, me animaba.
Tomé mi bolso y, con los dedos entumecidos por el frío, saqué la libreta de tapa roja; un pequeño obsequio que me dí en mi cumpleaños hace dos semanas.
La pluma negra se deslizaba con tanta comodidad entre mis dedos que las hojas amarillentas comenzaban a llenarse de trazos prolijos y curvos, de letras y pensamientos asideros que sin permiso se materializaban con la tinta negra.
Para cuando desperté de aquel trance, levanté la mirada con parsimonia, algo aturdida y alividada. No tenía conocimiento de cuánto tiempo llevaba allí pero debía de ser tarde por el cielo oscuro que mostraba las ventanas de cristal al lado derecho.
A mi lado se encontraba aquel muchacho, el de mirada gatuna y curiosa, mirando hacia sus manos sosteniendo aquel vaso de cistal que parecía ser símbolo de angustia. El alcohol no me había ayudado en lo absoluto, pero ahora me sabía a una amargura diferente que la usual. Me sabía a derrota, a un agrio abrazo y unos labios sin sabor que me acompañaban.
-¿Qué es?- di un brinco sobre mi asiento por aquella voz rasposa y grave a mi lado. El chico de cabellos negros nunca se había atrevido a hablarme, en todo este tiempo solo se mantenía allí, en la butaca de al lado, con la mirada algo perdida y a veces en mi rango de vista; con el rostro cada vez más pálido y delgado y las vestimentas negras. Le miré de cerca por un segundo, no entendía por qué no me incomodaba, su mirada no me decía nada, no me tenía pena y mucho menos compasión. Cuando le miré de frente me vi a mí, resistiendo, con las ojeras marcadisimas y los orbes opacos.
Nos quedamos en silencio por un tiempo, sin saber qué hacer tomé el vaso vacilando, dando un sorbo al líquido dentro de él antes de mirar hacia algún punto entre las botellas de alcohol frente a mí.
-Poesía.- respondí, con la garganta ardiendo y los codos apoyados. No volví a dirigirle la mirada pero supe que él también había encontrado algo interesante entre las botellas de colores.-En realidad es más como una historia, pero en forma de poesía.
-Eso es genial.
Y no volvimos a hablar en toda la noche, con la gente entrando y saliendo y las botellas vaciandose, nos quedamos en silencio. Pero no se movió de allí, se había quedado en la butaca a mi lado durante horas, sin siquiera hacer el amago de volver a retomar la conversación.
Y volví a tomar la pluma en mis manos, volviendo a mis trazos y marañas, con una agradable sensación de haber sentido la mirada más comprensiva que podía existir.
Pero el vibrar de mi móvil nos asustó a ambos, logrando que aquella atmósfera se rompa en un instante tan trágico como el que presagiaba para aquel día.
Mamá me estaba llamando, así que tomé mi libreta y dejé un billete en la barra de madera antes de acomodar el bolso blanco en mi hombro.
Sabiendo que, aunque no se movió de su posición, estaba al tanto que mi estancia aquel día terminaba, le sonreí ligeramente a su figura esbelta, girando sobre mis talones y deslizando el dígito sobre la pantalla destellante del aparato entre mis manos.
-¿Pasó algo?
-NaEun- era mamá, y cuando estuve fuera del lugar me di cuenta recién del verdadero motivo de su llamada.
Hubiese deseado no haber contestado.
En ese instante parte de mi murió, se desvaneció con unas simples palabras y quedó enterrada junto con innumerables recuerdos.
-¿Mamá?- mi diestra apretó el móvil con temor, y comencé a temblar, no sabía que lo peor estaba por suceder.- ¿E-estás llorando?
No respondió, por más que esperé por su respuesta, no dijo nada. Solo lloró, lloró tanto que mis lágrimas no habían aguantado en salir. Sus gimoteos eran audibles y no hizo nada por ocultarlos.
-M-mamá, qué ha pasado.
-Jongin.
Aquel viernes en Ilsan era gris, aquel otoño no podía ser más frío; el cielo estaba nublado, aún lo recuerdo tan nítido que duele. La gente no paró ni por un segundo, las aves no dejaron de volar por mí, el mundo no dejó de girar por mi sufrimiento, nunca lo hizo, no como mi corazón que, aunque no dejó de latir, dejo de sentir tanto como antes hacía.
-¿Qué pasó con Jongin? ¿No ha llegado aún? ¿Han vuelto a pelear?
Y hubiese deseado que fuese tan fácil como eso. Una pelea, una discusión, unos cuantos insultos y nada más. Pero el mundo no sintió compasión de mí jamás.
-Él estaba allí, NaEun, y-yo... yo no sa-bía qué hacer, había tanta... tanta sangre, mi niña. No-no tengo ni idea de qué hacer ahora. ¿Él se ha ido? ¿Tan pronto? ¿Por qué?
Pero no entendía. Nunca entendí cómo era posible que un cuerpo tan frágil como el mío resistiese tanto dolor. Mi mano fue a parar a mi pecho, dónde mis latidos eran cada vez más débiles, más cansinos.
Aquel viernes fue el punto de quiebre.
Aquel viernes nunca dejó de doler menos.
Aquel viernes perdí tanto.
-Jongin se ha ido, NaEun. ¡Se ha suicidado, NaEun! ¡Mi niño nos ha dejado! ¿¡Qué hice mal!?
Todo.
Habíamos hecho mal todo.
Habíamos perdido nuestros caminos.
Y yo había perdido a mi hermano.
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mono; knj
Poésie❝Si pudiese escoger mi sueño, quisiera quedarme a tu lado.❞ Entre los trazos a tinta negra, tu rostro seguía apareciendo tan claramente que por un momento creí que duraríamos una eternidad, pero nuestra eternidad fue tan efímera que terminó antes de...