十六

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Los días pasaban cada vez más rápido, se sentía como si en realidad fuese el mismo día repitiéndose una y otra vez.

Mi hogar ya no era uno, mi hermano había estado tan distante las últimas semanas que me había destrozado el alma aquel lunes que fui a buscarlo a su habitación y entre gritos inciertos me botó de allí, sin más, sin razón.

Era una bomba de tiempo, una que no quería ver detonarse.

Mis notas habían subido, los papeles habían cambiado. Jongin tomó mi lugar en la familia y, por primera vez en nuestras vidas, parecía descuidar sus estudios y tomar un camino diferente al previsto.

Lo había encontrado en algún parque cercano con gente que desconocía, fumando, riendo a carcajada abierta como nunca antes le había oído, pero con una amargura inmesurable, casi palpable. Sus ojos no brillaban, sus gestos eran apáticos en sobremanera y me sentía un estorbo porque era prácticamente nulo cualquier esfuerzo que mostraba en acercarme a él.

Era inútil.

Ya hablamos de esto, mamá.— su voz rasposa se abría paso fuera de mi habitación, tan grave que me chocó como un balde de agua fría. Su pasos subían las escaleras y eran seguidos por unos más bajos, cansinos. Era Jongin, llegando a casa a las dos de la mañana.—Mañana hablamos de esto, no estoy de humor.

Me encogí en mi lugar, rodeada de las mantas y la ocuridad, allí en medio de mi desgracia parecia tomar lugar una de las concurrentes peleas que ambos sostenían.

¿Cómo todo había cambiado tan rápido?

¡Mira cómo estás! ¡Estás sangrando, Jongin! ¡Dime qué ha sucedido, por favor!— temblaba, no solo yo, la voz de mamá temblaba como nunca. Salté a la puerta, asustada, con el corazón en las manos y la cabeza dando vueltas.

Nada iba bien.

Ya te dije que no quiero hablar ahora, buenas noches.

Aquel portazo me cortó la respiración y dio inicio a aquel tortuoso silencio.

Apenas pude oír los pasos de mamá de vuelta a la primera planta bajo los sollozos ahogados que soltaba.

No tenía idea alguna de cómo actuar, qué decir o siquiera qué pensar al respecto, pero antes de poder repasar bien la situación ya había girado el pomo de la puerta de madera negra frente a mí, como acto mecánico repasé en cada rincón.

Esa no parecía su habitación.

Tenía la ropa regada en todos los rincones, las ventanas cerradas a cal y canto. Nuestras fotos no estaban en las paredes, no había ratro alguno de sus muñecos de acción o los pósters que atesoraba, pero él se encontraba en medio de ella, mirando al vacío, con los cabellos alborotados y húmedos, un corte en el labio inferior y el pómulo hinchado.

Y me apresuré a tomar su rostro entre mis manos temblorosas, conteniendo la respiración y a punto de romper en llanto.

—Dios mío, ¿Qué ha sucedido?— estaba ido, perdido, hasta que sus ojos hallaron los míos y se descontroló.

Me dio un empujón tan fuerte que apenas abrí los ojos me encontraba en el suelo.

—No me toques.

Le miré desde abajo, su quijada alzada y los labios temblorosos. Yo estaba llorando, tanto que su cuerpo se veía borroso, con la chaqueta de jean bailando sobre sus hombros.

Había perdido tanto peso, no podía reconocer a esta persona.

Vete.

Y salí corriendo, tropezando en el camino hasta llegar a mi habitación. Cerrando con seguro la puerta y ahogando mis sollozos lo mejor que pude.

No tenía ni idea de cómo habiamos llegado hasta ese punto sin retorno, pero fue en ese mismo día en el que perdí a mi hermano.

Aún lo sentía, tan vívido y desolador.

Como si no hubiese sido suficiente, tomé el teléfono con las manos temblorosas y bajo las lágrimas rastreras, busqué el número de Namjoon, rogando por oír su voz por primera vez en dos semanas.

Porque lo extrañaba como nunca.

Necesitaba oírle, pedirle un consejo, cualquier cosa para olvidarme por un segundo el caos que comenzaba a crearse a mi alrededor.

Pero nunca contestó.

Llamada tras llamada, todas fueron rechazadas.

Y mi corazón iba rompiéndose poco a poco.


Dawon.
Son las dos de la mañana.
Estoy muy cansado, no puedo contestar ahora.
Hablamos otro día.
Buenas noches.

Y lloré, asimilando lo sucedido.

Tanto que no logré dormir aquella noche, ni la siguiente, ni la que seguía.

Porque su llamada nunca llegó al igual que mi hermano a casa.

Y entendí una sola cosa claramente: Estaba sola.

Completamente sola.

De nuevo.

Pero aquella vez no volví a llorar. Porque no podía.



mono; knjDonde viven las historias. Descúbrelo ahora