~Capítulo 1~

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—¿Otra cerveza? — me pregunta el apuesto barman.

—Sí — le respondo sin mirarlo a los ojos. No tarda en llegar a mí con otra botella de cerveza, para luego seguir atendiendo a otros clientes.

¿Cuántas voy bebiendo? No lo sé.

¿Me importa? En absoluto.

Mi celular comienza a vibrar en el bolsillo de mi chaqueta, así que lo saco para encontrarme con un mensaje que hubiese preferido que no llegara.


Cuánto tiempo más va a durar tu ley de hielo?


Se trata de Jared, no ha dejado de llamar ni de mandar mensajes. Alice también lo hace, sólo que de una manera menos constante.

Pasó un mes de aquella maldita tarde donde los encontré a punto de tener sexo. Un mes que desde mi lugar se sintió como si hubiesen pasado años. Treinta y un días que se sintieron muy pesados.

Días en los cuales sólo lloraba, y los odiaba. Días donde me odiaba. Noches sin poder dormir al invadirme con millones de preguntas, donde las respuestas me lastimaban.

Treinta y un días donde poco a poco me fui perdiendo, dejándome atrás en todos los estados posibles.

Mi rostro luce triste y cansado desde esa vez, y mucho más después de todo lo que vengo arrastrando durante este mes.

Mis ojos están hundidos, y acompañados por unas ojeras que ya no me importa cubrir. No estoy comiendo bien, así que mi peso bajó demasiado.

Me veo horrible, sé que estoy horrible. Pero lo peor de todo no es eso, sino saber que me siento horrible. Y cuando una persona se siente de tal manera, no hay maquillaje que lo cubra.

Y más allá de mi rostro o mi estado de ánimo, dejé la universidad y me despidieron del trabajo. Soy un total desastre.

Desbloqueo la pantalla del celular, y me encuentro una vez más con el mensaje de Jared. Mis ojos comienzan a picar, y al parpadear, unas cuantas lágrimas danzan hasta mi mejilla.

Lo odio mucho. Los odio a ambos.

Bueno, quisiera odiarlos, porque sigo amándolos con todo el dolor de mi corazón.

Me seco las lágrimas y apago el celular. Creo que debo cambiar de número, y mudarme también, así no tengo que soportar el sonido del timbre ante la visita de cada uno.

Termino mi cerveza con tragos largos, y al sabor amargo del líquido, se le suman mis lágrimas. Otra vez llorando.

Pero ahora no estoy llorando por ellos, sino que lloro por mi. Me siento muy sola, y ya no sé cómo seguir, no sé qué hacer, no sé nada.

Sólo hago esto, salir del departamento y encerrarme en un bar por un largo tiempo, beber hasta sentirme mareada. O comprar botellas de alcohol para llevarlas a casa conmigo, y beber hasta desmayarme.

Me siento horrible, soy un desastre ¡y para completar, una alcohólica! Y ni siquiera me importa, me da igual. Me importa poco arruinarme con el alcohol, quiero seguir bebiendo y ahogar mi vida entera en cerveza, vodka, vino, lo que sea.

—Quiero algo más fuerte —le digo al barman que se encuentra cerca, atendiendo a un chico.

—¿Disculpa? No te escuché.

Lo miro, y hace una mueca al ver mi rostro. Seco mis lágrimas, suspiro y vuelvo a repetir:

—Quiero algo más fuerte.

Tú, mi refugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora