~Capítulo 35~

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Es el día, es hoy. Es el aniversario por la muerte de mi madre.

Decir que me encuentro triste parece poco, porque lo que siento me desgarra por completo. La herida se encuentra abierta y sangrando, ardiendo. Siempre pasa lo mismo en cada aniversario.

Nunca me voy a terminar de acostumbrar a su ausencia. Sí, sigo con mi vida... como puedo sigo con ella. Pero hay muchos, millones de momentos donde necesito de mi madre, y no la tengo, sólo me queda su recuerdo.

Su recuerdo reconforta, pero sólo un poco. Sé que nunca nadie va a generar en mí todo lo que generaba ella. Su calor era único, y como tal, arde en mi corazón.

Aiden no quiso dejarme sola este día, y no pude convencerlo con nada para que se quedara tranquilo. Si no lo tenía en presencia física, de seguro me iba a encontrar con un llamado largo, de horas, como si no le importara en lo más mínimo su crédito, aún si sólo nos quedamos en silencio.

El que tampoco quiso dejarme sola, fue Jeremy. Pese a saber que iba a estar en compañía de Aiden, quiso estar a mi lado. Más cuando supo de mi horrible ataque de pánico. Cuantos más mejor, dijo.

Y quien también nos acompaña, es el pequeño Ty. Ese hermoso niño que me llenó de besos, y abrazos. Y que también llenó mi nevera con varios dibujos coloridos.

Fue a la salida del hotel que los tres se vinieron a mi departamento, y en estos momentos, de madrugada, los tres se encuentran profundamente dormidos en mi habitación.

Jeremy ronca en el colchón inflable que tuvo que traer, a mi parecer no es para nada cómodo, pero a él lo veo así.

Aiden y Tyler están en mi cama, el pequeño en el medio de nosotros, abrazando a su padre y su padre a él. Son hermosos.

Ellos lograron dormirse y soñar, mientras que yo, sólo he dado vueltas en la cama y por toda la habitación.

Incluso ahora he vuelto a levantarme para salir de la habitación en silencio para no despertarlos con mi triste insomnio.

Una vez en la cocina, lleno un vaso con agua y me siento en uno de los taburetes. El único ruido que me acompaña, es el tic tac del reloj.

Recuerdos de mi madre y con ella, se presentan en mi mente con fuerza logrando que me sienta mareada, y un poco perdida.

Respiro profundo, bebo sorbos de agua, y comienzo a llorar. Por primera vez, en esta larga noche, consigo llorar.

La echo mucho de menos, y la necesito mucho más. Necesito de sus abrazos, de sus pésimas bromas, de su humor alegre. Necesito ver su sonrisa, escuchar su risa, y su voz al cantar en la ducha. Necesito verla bailar, necesito que juguemos a un juego de mesa y se ponga competitiva conmigo, y se enoje cuando pierda.

Y necesito mucho, pero mucho, que me diga que todo está bien luego de cubrirme con la manta de colores y darme una taza con chocolate caliente.

Cubro mi rostro con ambas manos y sigo llorando. En serio la extraño, en verdad la necesito. Quiero que esté aquí conmigo, no quiero llorarla. No quiero echarla de menos. Quiero su presencia.

Algo me cubre el cuerpo, y cuando abro los ojos, noto que es la manta de colores. Aiden no tarda en rodearme con sus brazos, ni siquiera escuché que saliera de la habitación.

—Todo va a estar bien —me dice, como si fuera ella. Como si ella estuviera aquí.

Abrazo a Aiden y ahogo mis lágrimas en su ropa. Él me abraza más fuerte y acaricia mi espalda, mi cabello, me deja besos en la cabeza.

Tú, mi refugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora