Necesito que mi mente se apague. Lo imploro con todas las pocas fuerzas que me quedan.
Quiero una medicación para que los pensamientos dejen de atacarme como dagas.
Todo a mi alrededor se derrumbó. Estoy en el suelo sobre los escombros, herida y presa de la vergüenza que me atormenta.
No puedo abrir mis ojos, o más bien, no quiero hacerlo. La respiración de Aiden se escucha cerca, y sé que está frente a mí, y pese a todo, se mantiene tranquilo y paciente.
Pero mi corazón está a punto de salirse de mi pecho, y mi cabeza está a punto de estallar a causa de los millones de pensamientos que dan vueltas dentro de ella.
Abrazo mis piernas que se encuentran sobre el sofá. Las abrazo fuerte, como si quisiera consumirme en ese abrazo, en mi misma y desaparecer.
Me duelen los ojos de tanto llorar, me arden y los siento cansados, hinchados. Pero la secuencia que se repite constantemente en mí, provoca que las lágrimas sigan descendiendo. Como si no hubiera llorado lo suficiente ya.
No sé cuánto tiempo pasó desde que enloquecí, desde que cogí la botella y bebí frente a Aiden de la misma manera en que lo hago cuando me encuentro sola en el departamento.
Mi jean se encuentra húmedo por el vino que salpicó cuando la botella se estrelló contra el suelo. Creo que si me concentro lo suficiente, aún puedo escuchar ese sonido.
Aún siento los brazos de Aiden sobre mí, y escucho que me dice que todo va a estar bien. Aún su mano acaricia mi espalda mientras repite tales palabras.
Y la secuencia del momento termina conmigo empujando a Aiden, diciéndole que nada va a estar bien, porque yo no estoy bien. Para luego sentarme en el sofá, y estar de la misma forma en que me encuentro ahora.
No sé por qué no corrí lejos de él. No sé por qué no sentí la necesidad de escaparme. Supongo que por el simple hecho de saber que ya era tarde para hacerlo.
El monstruo apareció y me raptó. Me obligó a desnudarme frente a Aiden, a quitarme el disfraz que siempre le mostré. Ya no valía la pena correr.
La vergüenza me quema. El miedo me ahoga. La tristeza me arroja piedras. No puedo más.
—Mack... —me llama Aiden. Utiliza el mismo tono de voz de siempre, como si nada hubiese pasado. Pero aún así, no me atrevo a mirarlo— Quiero que me mires —no lo hago, mi cabeza sigue enterrada entre mis brazos. Niego con la misma, y suspira— No tengas miedo de mirarme, todo está bien.
—No lo está.
—De acuerdo. Pero todo puede y va a estar bien. Quiero que me mires, no te pido nada más que eso.
—No puedo, tengo vergüenza.
—No tengas vergüenza conmigo. Soy yo, Aiden, y sigo siendo el mismo contigo, nada cambió.
Percibo la sinceridad de sus palabras, en verdad que Aiden sabe transmitir lo que dice. Pero pese a que me esté diciendo esto, el miedo y la vergüenza pesan más.
—Todo cambió, Aiden. Todo.
—Bien, todo cambió. Pero sigo estando, y eso es lo que no cambia ¿Puedes mirarme?
Suspiro, y me armo de valor. Me pongo derecha, y respiro profundo antes de abrir los ojos.
Cuando finalmente lo hago, sus ojos están fijos en mí. Su mirada no cambió, sigue siendo exactamente la misma mirada que tenía antes de todo el último lío.
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Tú, mi refugio
RomanceA Mackenzie le rompieron el corazón. Las personas que menos esperaba, a quienes más amaba y consideraba su familia, fueron los causantes de su dolor. Su mejor amiga y su novio juntos. Desde ese entonces, Mackenzie se siente sola y devastada. Y al n...