9-Gabe

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 No sé cuántas veces había soñado con esto, quizás habían sido tantas que ya ni recordaba. Sin embargo, es un poco diferente, ya que ahora no estoy en mi cuerpo sino en el suyo, me parece algo cínico. Es como si me deseara a mí mismo, pero no... a quien quiero es a él. Lo quiero a él en su forma completa, su mente, su cuerpo, su ser. No lo quiero como a un nerd bajito. Yo soy el nerd bajito y él es el musculoso jugador de baloncesto.

Me alejé de él.

—Lo siento —se disculpó el—. Pensé que tú...

—No te disculpes —dijo con desconsuelo. No me di cuenta lo mucho que podía dolerle el ser rechazado. Él era Jensen Lee, era popular, era guapo, era atlético... era algo parecido a un dios para nosotros los nerds, y algo que nunca parecería posible es el hecho de que le duela que un nerd le rechace—. Me apresuré y pensé que tal vez...

—No, no eres tú, Jensen —le corregí—. Soy yo. Y no es como en las películas. En verdad soy yo. Quiero estar contigo, pero contigo de verdad. No contigo en mi cuerpo, no quiero besarte siendo yo. Quiero que tu cuerpo me bese, quiero que me rodees con estos fuertes brazos...

Alguien tocó la puerta del otro lado, interrumpiéndome.

— ¿Jensen? —Llamó Adam desde afuera— Ordenaré una pizza para cenar ¿Aun te gustan las anchoas?

— ¿Anchoas? —susurré a Jensen lo suficientemente bajo como para que Adam no oyera—. ¿Te gustan las anchoas?

Jensen se encogió de hombros.

—Solo di algo —respondió Jensen susurrando

Me acerqué a la puerta y la abrí. Allí estaba Adam, sin camisa, mojado y envuelto en una toalla. Parecía que había acabado de salir de la ducha, y sí que era jodidamente sexy. A pesar que sus músculos ya no estaban tan tonificados como los de Jensen, era más alto y su delgado cuerpo era también digno de una estatua.

— ¿Jensen? —repitió el, sacándome de la mente su belleza—. ¿Qué dices?

— ¿Eh? —exclamé un poco perdido—.

— ¿Anchoas o peperoni?

A mí no me gustaban las anchoas, de hecho las odiaba, pero a Jensen le encantaban.

—Pide ambas, a Gabe le gustan las anchoas —respondí.

Adam me miró de manera extraño, tratando de inquirir algo sospechoso.

—Está bien. Os avisaré cuando lleguen —dijo esto un poco chocante y se alejó.

Cerré la puerta y regresé a la habitación.

—No puedo creer que te gusten las anchoas.

— ¿Qué puedo decir? Son deliciosas —se excusó.

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