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La felicidad no dura para siempre y eso es algo que Taehyung ha tenido presente cada día de su vida. Él sabía, por experiencia, que un minuto de risa debía pagarse por dos de sufrimiento y el dolor en su pecho era prueba suficiente para dejar en claro lo mucho que tales palabras le habían afectado.

¿Dolor?

No.

Lo que sentía en el momento era indescriptible. Su débil corazón estaba dando un paseo dentro de la trituradora, latiendo aún con demasiada fuerza, como para recordarle que estaba vivo y que aquello no era una pesadilla.

Miró a Jimin con un suspiro tembloroso, sintiendo las lágrimas bajar por sus mejillas. Está bien, él lo sabía. Su existencia parecía no ser más que un error y la mirada de su padre siempre iba a recordárselo; Yeong, Sook, socios y familiares: todos tenían sus ojos en él, esperando grandes cosas y hazañas. Taehyung lo intentaba... Joder, él lo intentaba tanto... Pero sabía que nunca cumpliría con las expectativas de nadie. Incluso si lo intentara toda la vida, alguien siempre llegaría para pisotear sus méritos y a recordarle lo inútil que podía llegar a ser.

Seokjin...

Y la palabra vino a su mente sin poder evitarlo. Era el nombre de la persona que siempre puso las expectativas en el cielo, el chico que toda su vida se había encargado de mantenerlo en el segundo plano, relegado a las miradas de desaprobación y los chasquidos de lenguas inconformes. Seokjin podía hacer y deshacer, pero Taehyung siempre estaría ovillado en esa esquina donde era señalado y abucheado, siendo el centro de atención pero al mismo tiempo el espectáculo más desagradable del evento.

Claro que sí. Sin duda, su más grande error había sido aquel.

Pero él no lo quiso así. No fue su elección llegar al mundo siendo Kim Taehyung, el chico que estaba condenado a aceptar ser una completa decepción y a lidiar con la desaprobación total de su padre. Si él pudiera cambiarlo, lo haría sin pensárselo dos veces. Deshacerse de todo aquello que lo encadenaba a la infelicidad era uno de sus mayores deseos.

No obstante, estaba fracasando en eso también, como en muchas de las cosas que intentaba. Cada vez más rápido, la cadena que tenía en el cuello y que solo él podía ver iba cerrándose para ahogarlo en la desesperación y la tristeza. Y Taehyung luchaba contra ella, prometiéndose a sí mismo días mejores, imaginando un futuro en el que su padre le sonriera con cariño. Él no quería una mansión, lujos, carros o sirvientes. Solo quería que le apreciaran por lo que era, que le tuvieran un poco de cariño aunque no se lo mereciera. ¿Era mucho pedir eso?

Comenzaba a pensar que sí. Comenzaba a pensar, incluso, que no era una persona que mereciera la más mínima cosa. Él mismo se había restado valor y los ojos que miraban a Jimin no eran más que pozos vacíos, reflejo de cómo se sentía por dentro.

—Taehyung... —Y el mayor no estaba haciendo un buen trabajo lidiando con esa mirada tan rota. Taehyung ni siquiera emitía sonido alguno, pero las lágrimas alcanzaban a deslizarse por su cuello. Lo que Jimin tenía al frente lucía como una represa llena que al fin estaba rompiéndose, incapaz de contener ya todo lo que se había guardado.

¡Taehyung!

Y lo que se venía a continuación no sería la cura, porque Yeong, lejos de actuar como un padre debería hacerlo, no era más que uno de los causantes de tal desbordamiento.

Jimin respingó con fuerza cuando la perilla de la puerta se movió de lado a lado. Se escondió como pudo dentro del armario, aprovechando su pequeño cuerpo para hacerse espacio entre el centenar de prendas de Taehyung.

De príncipes y plebeyos - KookVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora