01

53.3K 6.6K 9.7K
                                    







Taehyung se mordió el labio con fuerza para evitar gritar cuando la regla azotó la palma de su mano abierta. Su mentora, una mujer cuarentona de mirada tenaz y un cuerpo menudito, frunció el ceño en desaprobación.

—Repítelo —le ordenó—. Y sin errores.

El menor tomó una honda respiración antes de volver a posicionar sus maltratadas manos sobre las teclas del piano. Empezó a tocar la melodía que se escribía en la partitura frente a él, muy lentamente, pero de nuevo erró en el orden de las teclas y el instrumento hizo un sonido horrible.

—¡L-Lo haré otra vez! —intentó decir. Por supuesto, la mujer no le dio tiempo ni para disculparse e hizo la que regla se estrellara contra su mejilla, muy cerca de su boca.

—No; ya hemos terminado esta lección. —No se inmutó ante la gota de sangre que apareció en el labio de Taehyung y tampoco ante sus inminentes lágrimas—. Ni siquiera lo estás intentado. Le diré a tu padre que no estás concentrado como deberías. Vete a clase o se te hará tarde.

Incapaz de mantener el llanto un minuto más, Taehyung se levantó de la silla con brusquedad y la lanzó al suelo. La ira, la frustración y toda la tristeza que estaba conteniendo desde que había iniciado con esas horribles prácticas salieron a flote en un ronco grito.

—¡Sí lo intento! —vociferó—. ¡Lo intento tanto! ¡Intento ser perfecto para mi padre, pero no puedo! ¡Lo lamento!

Tomó la regla que antes le había ocasionado daño y la partió a la mitad, arrojándosela a la cara de la señora Sook, quien no podía lucir más sorprendida e indignada. Le gritó algo a aquel malcriado muchachito cuando este abandonó la sala, no escuchando las amenazas de su mentora.

Podía irse a la mierda. Aquella señora, su padre y todos los empleados que le lamían las botas al hombre. Los odiaba, los odiaba a todos, incluyéndose a sí mismo, por darse cuenta demasiado tarde de que su padre lo estaba educando para ser un muñequito bonito con aires de robot. Taehyung debía hacer todo bien; cantar, bailar, tocar la guitarra, el piano y hablar cuatro idiomas.

¿Por qué? Porque era el heredero de la rama principal de la familia Kim y esa era la pesada carga que debía portar en sus frágiles hombros. Su chofer, Ming —y también profesor de mandarín—, le esperaba con paciencia en la puerta de la casa. A él no le importaba mucho si su labio sangraba o si Taehyung estaba llorando desconsolado y sin disimulo; debía llevarle a clase y eso era todo.

Los empleados de la casa estaban para educar al hijo del señor Kim, para que alcanzara su magnificencia y brillara tanto como lo hacía su hermano, Kim Seokjin.

Porque para todos había sido un desafortunado suceso que el primogénito de la familia muriera en un choque automovilístico. Aquel chico era sencillamente deslumbrante y portaba su nombre con orgullo, manteniéndolo en alto. Taehyung había sido el más afectado, tanto sentimental como físicamente, pues de repente todos esperaban que fuera tan genial como su hermano.

Y una mierda. Su hermano era un príncipe y él, un plebeyo.

—¿Está listo, joven Kim? —preguntó su conductor. Taehyung le arrebató las llaves del auto de las manos y corrió hacia la enorme camioneta que su padre había comprado para él, pues un Kim no podía tomar el autobús o siquiera caminar.

Encendió el vehículo y aún llorando, ignorando también los gritos de su profesor de mandarín, pisó el acelerador como si fuera una cucaracha y metió el cambio descuidadamente. Arrolló otros carros parqueados, el jardín, las rejas y por poco al guardia de seguridad que casi no tuvo tiempo de echarse hacia un lado.

De príncipes y plebeyos - KookVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora