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Así que por favor, vuelve.


—Lo siento.

Aquellas palabras sonaban vacías en la oscuridad de la noche, gélidas incluso para el arrasador viento que despeinaba sus cabellos, pero en sus ojos brillaba todo el sentimiento que se escondía detrás de ellas; todo el arrepentimiento y la tristeza que le habían amargado la existencia por cuatro años. Dos sencillas palabras que ahora definirían todo.

—Por todo —Yoongi prosiguió, aspirando con brusquedad—. Por no querer escucharte, por temer, por abandonarte... Por fallarte. Por ser una mierda de amigo.

Sus manos, temblorosas, subieron hasta sus mejillas, limpiando las cálidas lágrimas que se escapaban de sus ojos. Sus propias palabras le dejaban un sabor agridulce en la boca: había querido pronunciarlas, pero no se sentía bien hacerlo. Dolían, y se preguntó qué se sentiría estar en el extremo receptor de ellas.

Miró al chico castaño frente a él. Alto, níveo bajo la luz de los faroles, con una expresión indescifrable. Finalmente allí estaba. Yoongi se había arrastrado hasta él; no obstante, ni siquiera él sabía qué esperaba ahora que se encontraban cara a cara. ¿Redención? ¿Explicaciones? Un nudo enorme en su garganta le asfixiaba mientras buscaba en los ojos pardos de la persona a la que alguna vez consideró mejor amigo.

Fue todavía más consciente de sus lágrimas cuando se dio cuenta que en esos ojos no había nada. Estaban vacíos y ya no había ese sutil cariño al que estaba acostumbrado. Lo había perdido.

—Estás borracho —dijo Seokjin después de interminables segundos—. Y condujiste hasta aquí.

Yoongi se odió por sollozar. Se sentía tan pequeñito como un ratón, temblando por el miedo y la ansiedad. La parte sobria y cuerda de su cerebro le decía que diera media vuelta y partiera; la otra, muy a su pesar, quería todo lo contrario.

—Lo siento —repitió—. Lo siento mucho. Y-Yo no quería...

—¿Qué pretendes ganar con venir aquí a llorar como un bebé? —Era la una de la mañana, pasadas quizá. Lo único que se escuchaba era lo que Seokjin decía, y se sentía como dagas directo a su estómago—. ¿Mi empatía? ¿Compasión? ¿Consideración? —Negó varias veces, chasqueando—. Qué lástima, Yoonie. Vuelve por donde viniste y estréllate en el maldito auto. Hazte ese favor.

La puerta se cerró en sus narices, pero el mayor alcanzó a escuchar algo. Un débil susurro, un simple jadeo.

—¿Qué? —increpó escéptico.

—Lo haría —La voz de Yoongi sonó ahogada por el obstáculo entre ellos—. Dije que lo haría. Si con eso logro que me perdones, yo lo haría, Seokjin.

Por minutos enteros no se escuchó nada más que el golpeteo de las ramas de los árboles y el silbido del viento. El pálido chico bajó la cabeza, rendido y dispuesto a irse, cuando la puerta volvió a abrirse. Seokjin le miraba con una expresión aún más dura que la anterior, pero esta tenía algo salvaje y peligroso en ella.

—¿Tan bajo has caído? —siseó—. ¿Tan cobarde eres como para preferir morir antes de hacerle frente al hecho de que vives tras las faldas de tu padre con la cola entre las piernas? ¡Inútil!

El peliverde sintió el aire abandonar sus pulmones cuando Seokjin tomó la solapas de su chaqueta y le dio un tosco empujón. Terminaron, de alguna manera, en el piso de la casa, tumbados en el suelo y Seokjin estaba sobre él. Su cabeza dolió con el impacto, su espalda resintió el golpe con un quejido, y no supo si el sollozo que salió de su garganta fue por dolor físico o emocional.

De príncipes y plebeyos - KookVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora