Capítulo 2

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Papyrus seguía entonando aquella melodía que Metaton siempre cantaba cuando se encontraba en la televisión, Undyne no comprendía del todo porqué se encontraba tan feliz si apenas unos cuantos minutos atrás estaba furioso por la "traición" de su hermano, lo único diferente fue la visita a Alphys, pero esa no debía ser la razón real a tan buen ánimo, debía de haber algo más detrás de todo esto.

- ¿Por qué tan feliz? - preguntó con una sonrisa, Papyrus no dejó de sonreír de lado, eso demostraba que las palabras de Undyne acertaban en sus sospechas.

- Por nada en especial. - mintió, esperaba que las píldoras de Alphys finalmente le dieran paso a una época de paz en casa que siempre deseaba y parecía no llegar jamás.

- ¿Puedes creerlo? - Undyne estaba realmente decepcionada de su amiga, cómo era posible que le ocultara por tanto tiempo algo tan importante, sabía de antemano que Alphys estudiaba a las amalganas, su comportamiento, su origen, sus características y la forma de poder usar a las amalgamas para derrotar a los humanos cuando los monstruos sean liberados del Underground, pero eso no significaba que estaba de acuerdo en comparar a esas "cosas" con los monstruos, simplemente no era lo mismo.

- ¿Cómo puede pensar siquiera qué solo porque a esas cosas no les pase nada más que ser más fuertes con los monstruos será lo mismo? Es una estúpida. - se cruzó de brazos, estaba realmente indignada con eso.

- Un monstruo se hace fuerte entrenando, no tragando porquerías. - sentenció.

Papyrus no replicó nada, solo se encogió de hombros, soltó un ligero "Ya conoces a los científicos, todo lo quieren rápido". Sin darse cuenta se palmeo la torera, solo para serciorarse que aún traía las sagradas píldoras que creía serían su salvación, esperaba que Undyne no deseará seguir entrenando para poder ir a casa a comenzar con el tratamiento de Sans.

- Estoy tan molesta... Seguimos mañana, si entreno en este momento seré un completo desastre. - suspiró, Papyrus le dedicó una sonrisa comprensiva, de esas que solo regala a sus más cercanos. Una que Sans nunca había visto.

Papyrus caminó a casa de buen humor, tenía todo lo que los monstruos podían desear, era fuerte, temido, segundo al mando de la guardia real, tenía privilegios especiales, como descuentos en las tiendas o tratos preferenciales en algunos establecimientos, qué importaba que algunos monstruos hablaran a sus espaldas, pedazos de inútiles que no hacían nada especial y desean reconocimiento.  Papyrus lleva una vida entrenando, primero con Sans quien fue su mentor en la infancia, él fue quien le enseño a activar su magia, fue quien le enseño a esquivar, a lanzar ataques de corta, media y larga distancia, le enseño la técnica más poderosa con la que contaba por el momento, los huesos azules, también la contraparte de los mismos, los huesos rojos y cuando ambos se combinaban con huesos blancos resultaba un ataque tan peligroso que el mismo Papyrus tuvo problemas cuando le pidió a su hermano atacarlo, era una suerte que el ataque de Sans solo bajará 1 punto, de lo contrario no podría disfrutar de lo que estaba por hacer.  La siguiente y actual persona que le ayuda a entrenar es Undyne, quien ataca con ferocidad, con sed de sangre, con esa actitud agresiva que todos en el lugar tenían y Sans no le ofrecía, era un reto el simple hecho de luchar a su lado; no recordaba cómo fue que la conoció, pero de lo que estaba seguro es que antes de conocerla no tenía el parche en el ojo y fue Sans quien le consiguió una cita con ella para entrar en la guardia real, cuando finalmente tuvo el placer de conocerla, ya se encontraba herida.

Al llegar a casa se encontró con Sans dormido en el sillón de la sala, lo suponía, sonrió al saber que no se había equivocado. No dijo nada, marchó rumbo a la cocina para preparar algo de comida, sabía que de no hacerlo Sans prepararía esa comida chatarra que tanto le gustaba con mostaza, maldijo a las salchichas de agua por existir, si esas plantas no existieran Sans no estaría tan relleno, pero era su complexión robusta junto a su baja estatura y su cara infantil lo que le hacían ver inofensivo y de cierta forma lindo. Por eso nadie le tomaba en serio.

Cambio de rolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora