El ilegítimo

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Aún cuando el reloj marcaba las cuatro de la tarde la espesa lluvia caía copiosamente sobre aquellas frías y lúgubres paredes reforzadas en concreto y piedra poderosamente impenetrable. El frío o el calor eran sensaciones irrelevantes que invadían a todos y a cada uno de los individuos que cumplían una condena; entre ellos se encontraban asesinos a sueldo, hombres lobo que por el placer de la sangre purgaban sus culpas en ese sitio, mortífagos capturados durante la segunda guerra tachaban los días para mitigar la ansiedad y la locura.

En una de las celdas se encontraba una personalidad que en sus tiempos dorados era reconocido como un grande aristócrata. Esos días donde la altivez y la clase lo escudaban como una flamante armadura ahora eran solo tristes recuerdos que econ el paso del tiempo en ese sitio lo atormentaban. Lucius Malfoy lo había perdido todo, pero nada dolía más que ver pulverizado su orgullo, su altanería enlodada y más sucia que el atuendo a rayas que portaba; su única idea feliz eran ellos, su mujer y su hijo.

-¡Malfoy!, tienes visita- Un hombre corpulento de color chocolate llegaba con voz autoritaria a la celda donde el rubio de mediana edad se encontraba sentado observando hacia la nada; probablemente transportando su pensamiento a otro sitio más agradable.

Con sus ojeras pronunciadas y pómulos demacrados observaba al celador con la sonrisa tan característicamente cínica, dio una risita ahogada en los pulmones y sostuvo su mirada.

-Yo no espero a nadie mi buen amigo Sheldon, a menos que seas tú para jugar una partida de Póker- El hombre platinado se reía un poco -Tiempo es lo que más tengo en este… placentero lugar -Tosía mientras que el celador rodaba los ojos, denotando que aquel prisionero era siempre el mismo petulante y ácido de siempre.

-No seas tonto Malfoy, arréglate un poco que pareces trapeador de covacha de cantina- Indicaba rudamente el hombre corpulento mientras que Lucius se levantaba como podía, debido a las cadenas le era complicado conservar la clase y el estilo tan arraigados de abolengo.

-Yo también te aprecio Sheldon- Malfoy decía con dificultad intentando sonar tranquilo para no perder la compostura.

Sheldon Williams quien había trabajado toda su vida como celador se había acostumbrado al clima gélido de aquella prisión. Siempre acompañado de su perro guía; el patronus que tenía para ahuyentar a los dementores  que se paseaban de un lado a otro buscando mendrugos de recuerdos felices que los prisioneros dejaban a la falta de esperanza de libertad.

Cuando Lucius fue enjuiciado, se le había enviado al ala norte del complejo donde aquel tipo afro europeo estaba encargado. Los primeros días le prometía una fuerte suma de dinero con tal de disfrutar de algunos privilegios dentro del penal pero éste solo lo ignoraba manteniéndolo a raya. Habían sido seis meses de soportar los desvaríos nocturnos del magnate caído que solo se resignaba a escucharlo; ciertas ocasiones llegaron a conversar a su muy peculiar manera por lo que se forjó sin querer una relación que si no era enteramente amistad era un tratado de convivencia. Sheldon comprendía el martirio del simple encierro como también el suplicio de la incertidumbre de una sentencia de muerte.

-Ven acá albino mejor deja te ayudo un poco, n quiero pasar vergüenzas y que piensen que mi zona está llena de asquerosos hippies- El hombre sacaba un cepillo y se lo entregaba a Malfoy mismo que arqueando una ceja se dirigía a los barrotes para tomarlo.

-Tu siempre cuidando de mi aspecto camarada, verás que cuando salga iremos a darnos una vida de reyes en una de mis casas de campo de las villas italianas- El platinado de mediana edad indicaba mientras que el celador le pasaba un espejo para que no fuera a empeorar la situación por la falta de luz en el lugar.

-Lucius, Lucius, mejor agradece que no te hayan quitado la casa en la que vives por que todo lo demás ahora esta en manos del ministerio, aunque bueno, si llegas a salir pedazo de loco adinerado te prometo que iremos a Berlín donde tengo un amigo que nos prestará una choza para embriagarnos como un par de cerdos en el lodo antes de ser sacrificados para una cena de navidad- Sheldon soltaba una risa mientras que el otro solo se ponía más serio de lo normal; pensaba en todo el tiempo que le faltaría para ver a su familia, volver a su casa, recomenzar de cero, limpiar toda la porquería que se había adherido a el como una segunda piel.

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora