La Nueva Arma

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Había volado muchos kilometros desde la mansión de Estocolmo hacia la misma aldea donde la primera vez había parado para poder avisar a sus padres que se encontraba con vida; apareció en otro de los callejones observando algunos barriles de agua que se encontraban apilados contra la pared para seguramente ser transportados a otro sitio como materia prima.

Caminó un poco para buscar algun puesto de revistas y poder adquirir un ejemplar del diario muggle ya que no sería común que el profeta o el quisquilloso circularan por un pueblo tan pequeño donde probablemente habría magos, pero no todos ellos saldrían a la luz publica debido a las costumbres arraigadas de ese asentamiento.

Había hecho acto de presencia desnuda, asi que se escondía para poder evadir las miradas curiosas de los habitantes que caminaban haciendo las labores cotidianas; encontró en el suelo una manta e inmediatamente se cubrió de ella para poder moverse, se hizo una cola de caballo dejando algunos mechones rizados y se dispusoa caminar sin mirar a nadie. Afortunadamente eran pocos los transeúntes y por ende poca la atención, aunque al dia siguiente sería la comidilla de todos al hablar de cabo a rabo sobre cómo una chica loca vestida con una sola manta caminaba por las calles.

El atardecer comenzaba a oscurecer cada lugar del pueblo, asi que automaticamente las farolas se encendieron al no detectar la luz a su alrededor para poder iluminar  algunos rincones estratégicos. Los niños que habían paseado y jugado ese día ahora eran obligados a ir a sus casas para poder completar los deberes que la escuela muggle les exigía; los negocios comenzaban a cerrar dejandose escuchar los candados o las cortinas corredizas dando la señal que otro día más había terminado. Ese sencillamente era un pueblo que no esperaba al sol; pues se despertaban antes del primer rayo y terminaban su día antes del último.

Hermione recordó entonces aquella tienda que había pisado para poder pedir prestado el telefono, pues no sabía el posible domicilio donde pudieran encotnrarse Parkinson y los demás. Tenía la sensación de poner sobre aviso a la madre de Draco, pero eso sería cometer una imprudencia ya que no sabía a que tal grado se encontraba enterada de lo sucedido. Caminó otro poco para encontrar al mismo buen hombre que la había ayudado la primera vez.

-Buenas noches, ¿Esta usted cerrando?- Preguntaba la chica frotándose las manos mientras que el hombre de edad avanzada tan solo terminaba de colocar el letrero de "cerrado".

-Jovencita buenas noches, ¿No cree que se enfermará con tan solo esa manta?- Hermione se observaba de nuevo y era cierto, no podía ocultar aquel detalle por mas que lo intentara, asi que tan solo se ruborizó un poco volvió a mirar al anciano quien se cruzaba de brazos esperando una explicación o por lo menos una respuesta.

-Lo se, pero es una larga historia que no puedo contar ahora, pero necesito algo de ropa y saber si de casualidad tiene el diario local- Mencionaba la chica con la mirada suplicante pues no había tiempo que perder. El hombre de edad avanzada solo sonrió dulcemente observando la desesperación en la que ella se encontraba asi que le indicó que la acompañara debido a que el negocio por hoy habia terminado su labor diaria.

-Acompañeme señorita, tengo algo de ropa para dama que seguro le quedará- Invitaba el buen hombre y la castaña accedió al instante caminndo de ladao hasta llegar a la vivienda del anciano que qudaba a solo dos puertas de su negocio.

Aquella casita era pintorezca, acojedora y desgastada por el tiempo y la humedad; el papel tapiz con motivos de color café claro sobre el fondo beige daban un toque tradicional a la vivienda; los cuadros de tamaño mediano con imágenes a blanco y negro de los familiares adornaban el pasillo de la entrada para que las visitas o en su caso él mismo pudiera recordarlos por un lapso de algunos minutos en lo que se llegaba a la salita de estar.

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora